Este domingo la ciudadanía paraguaya, que va madurando gradualmente, dentro de este largo proceso de democratización, elegirá al nuevo presidente de la República que regirá los destinos del país durante los próximos cinco años. Pero todavía persiste un sector de la sociedad con vocación maniquea, que sigue repartiendo certificados de alternancia y continuismo de acuerdo con sus particulares preferencias y no sobre los fundamentos de la razón. Y que utiliza esas definiciones como punta de lanza meramente electoral, renunciando a cualquier reflexión que pudiera demostrar lo contrario. Etiqueta a las organizaciones partidarias con visión reduccionista, distorsionando la historia para sus usos políticos y sepultando bajo un deliberado olvido la trayectoria atroz y bárbara de un partido político y los aportes intelectuales de los grandes hombres del otro. Ese sector, intencionadamente, rehúye acordarse de la tragedia de cuarenta años, cuando el liberalismo estuvo en el poder. Latrocinio, masacres, asesinatos, destierros, revoluciones, golpes cuarteleros, asonadas y una pobreza desoladora. Tampoco quiere traer al recuerdo a notables republicanos como Blas Garay, Ricardito Brugada, Ignacio A. Pane, Antolín Irala, Telémaco Silvera, Juan León Mallorquín, Epifanio Méndez Fleitas, Teodoro S. Mongelós, Osvaldo Chaves, Natalicio González, Waldino Ramón Lovera, Agustín Goiburú y Sandino Gill Oporto, entre otros cientos de talentos que contribuyeron a la libertad, la justicia y la democracia. E, incluso, murieron por sus ideales. Ni se detiene a analizar la personalidad de cada candidato. Su formación intelectual, su experiencia y competencia, sus cualidades éticas en el manejo de la res pública. Y, con antojo de profeta, pretende que el pueblo asuma como verdad revelada sus sectarios intereses. Lo que invalida, a razón del prejuicio, la síntesis de sus deshonestas elucubraciones.
El ciudadano elector, sin embargo, va recuperando su memoria cívica y su capacidad de discernimiento. Ya no se deja engañar por la parafernalia de los medios de comunicación que quieren instrumentar su voluntad o torcer sus decisiones. Ya no le aturde la vocinglería de aquellos que se presentan como redentores de la patria, cuando todos sus antecedentes los desmienten. Las mentiras ya no engatusan, aunque vengan en proporción de montaña. Por eso han fallado estrepitosamente las campañas fascistas para proscribir al Partido Colorado con su “ANR nunca más” y arrinconar como parias a sus afiliados y simpatizantes. Por eso tratan de instalar a martillazos que todos los colorados son “seccionaleros” y “hurreros”, dándole una connotación peyorativa a estos términos, como si fueran sinónimos de analfabeto, bruto, ignorante y sinvergüenza. Una historia repetida desde los días fundacionales de los dos partidos tradicionales del Paraguay: el Liberal y el Colorado. Pero la robusta intelectualidad y el patriotismo de aquellos primeros republicanos sirvieron para reconstruir el Paraguay después del genocidio de la Guerra Grande. Tenemos que separar las aguas con imparcial honestidad para que pueda discurrir, sin alteraciones maliciosas, la verdad histórica. Una tarea, por cierto, aún pendiente.
El candidato de la Asociación Nacional Republicana - Partido Colorado, Santiago Peña, aunque exteriorizó algunas críticas puntuales y fundadas, siempre prefirió realizar una campaña electoral sin estridencias ni agravios. No respondió a los insultos y vituperios de su adversario de la Concertación Nacional, Efraín Alegre. Optó por ignorarlo. Eligió construir un discurso sobre su propia agenda y no dejó que nada ni nadie lo perturbara de ese camino. Nunca cayó en las provocaciones políticas ni los ensañamientos mediáticos. Trataron de destruirlo anímicamente, desarmarlo moralmente, aniquilarlo emocionalmente. Pretendieron denigrarlo. Humillarlo. Utilizaron para tal cometido los mecanismos más sucios y las argucias más infames. Pero se diluyeron en el fracaso más estrepitoso por el descrédito de sus propaladores (dirigentes, medios y periodistas) y la inconsistencia de sus premisas. La falsedad concluía evidente.
El Paraguay elige hoy entre el modelo del trabajo, la paz social, la solidaridad y la capacidad de convivir, y el otro, ese lado oscuro y aciago que ya nadie quiere: el del cobro de facturas, revanchismo, persecuciones, conflictos graves y permanentes por incompatibilidades de objetivos, criterios y medios para alcanzarlos. Si alguien hostigó y humilló a los colorados en el pasado reciente, ese es Efraín Alegre, cuando se desempeñaba como ministro de Obras Públicas y Comunicaciones. No respetó estabilidad laboral y mujeres en estado de embarazo.
Nuestro voto será por un país económicamente predecible, con crecimiento inclusivo y justicia social. Por un país serio que pueda avanzar hacia su destino de grandeza y acoplarse a los ineludibles desafíos de la ciencia y la tecnología. Por un gobierno que pueda trabajar en armonía por su identidad ideológica y los propósitos comunes que surgen, justamente, de esa compatibilidad de visiones políticas, culturales, económicas y sociales. Por eso nuestro voto será para Santiago Peña. Porque queremos un Paraguay reencontrado con sus raíces, sus valores y sus tradiciones. Un país que sepa incorporarse e integrarse al mundo, pero sin perder jamás sus propios rasgos distintivos. Un Paraguay digno, libre y soberano, que no sea avasallado ni arrodillado por otros países, por más grandes y poderosos que sean. Solo así podremos alcanzar los grados y niveles de cooperación que precisamos para impulsar y desarrollar todo nuestro enorme potencial como nación. Pero en un marco de respeto mutuo. Hacemos, pues, uso de nuestro voto preferencial por ese anhelado Paraguay del futuro.