En geopolítica, un Estado satélite es el que, a pesar de su proclamada independencia y del reconocimiento de tal condición por otros países, está regido por el sometimiento a una nación más poderosa, política, económica y militarmente. La desaparecida Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) tenía dominada bajo esa denominación a otras 14 repúblicas (Bielorrusia, Ucrania, Lituania, Letonia, Estonia, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Moldavia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), además de Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania y la zona soviética de Alemania Oriental, dentro del Pacto de Varsovia.

El final de la guerra fría significó, también, el derrumbe del imperio comunista y su capitalismo de élites. Pero, a partir de entonces, el mundo no se inclinó hacia el Norte, sino que se balanceó con mayor equilibrio en un escenario internacional que se presentaba multipolar. El poder se había distribuido en más porciones. Sin embargo, no cesaron las ambiciones hegemónicas de algunos Estados de continuar manteniendo supremacía sobre otros, aunque con renovados recursos y diferentes mecanismos, pero el fin seguía siendo el mismo. En América Latina, sin un liderazgo claramente visible, vivimos una segunda oleada de gobiernos que hablan el mismo idioma y que están ideológicamente alineados, lo que contribuirá a dibujar un nuevo mapa en el continente. Ninguno quiere ser satélite de nadie. Eso sí, compañeros en un proyecto común que busca impulsar el largo y postergado proceso de emancipación integral de nuestros pueblos.La expresión satélite, con el tiempo, fue adquiriendo sentidos metafóricos o figurados, sobre todo, en el campo político. En las últimas semanas, en el desaforado ambiente electoral que estamos viviendo, la frase “funcional a” se transformó en “satélite de”. Todos aquellos proyectos presidenciales en carrera que no descabalguen a favor de Efraín Alegre, presidente del Partido Liberal Radical Auténtico y candidato por la Concertación Nacional “Por un nuevo Paraguay” para los comicios generales del próximo 30 de abril, de acuerdo con las despectivas afirmaciones de sus voceros, están orbitando alrededor del representante de la Asociación Nacional Republicana (ANR), perjudicando las chances de la oposición. Solo que oposición hay varias. Y con iguales o mejores posibilidades. Como la liderada por la fórmula Euclides Acevedo-Jorge Querey en La Nueva República. Algunos analistas serios, sin opiniones manipuladas o fanatizadas, creen en el potencial de Paraguayo Cubas. Pero es ante Efraín Alegre que tienen que prosternarse todos ellos, como ante los antiguos reyes, para que la ira de Dios se convierta en suavizada indulgencia.

Durante un programa de televisión, el pretendiente al sillón de López por La Nueva República jugó a lo que mejor sabe: la dialéctica. Y tanto embarulló a su entrevistador, que este se quedó sin devoluciones. Euclides Acevedo, con esa astucia que ya es intrínseca a su personalidad, paseó al periodista en un vehículo espacial que gira alrededor de la Tierra y que, según la sencillez del diccionario, lleva aparatos apropiados para recoger información y transmitirla. “Son tan burros que, sin satélite, se van a quedar sin internet y GPS”, atropelló. “Yo no voy a ser satélite de nadie, siguió embistiendo, tengo luz propia, no soy una linterna que necesita pilas o enchufe”. Se refería, naturalmente, a un satélite artificial. No obstante, tiene los mismos movimientos giratorios que aquellos que estudiábamos en Astronomía, aunque con diferentes funciones. Mas, a los efectos del chuleo verbal, Acevedo salió airoso.

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En la práctica política, la interpretación es única, inequívoca. Alguien que gira alrededor de otro y del cual depende. En ese claustro desean encasillar y embretar a Euclides. Quieren que renuncie, aunque más no sea por pichado. Para demostrar con sus actos que no es lo que dicen que es. Pero, Acevedo, ¡qué va a caer en esa tramoya! Así lo ha corroborado hasta ahora. En la otra punta, Efraín Alegre está tratando desesperadamente de asfixiar, arrinconar y amilanar a su contrincante colorado por mecanismos que no son electorales. Cualquier artilugio es útil para alcanzar el fin deseado; no importa su legalidad o legitimidad. Es un recurso que denota impotencia, falta de confianza y fe en su propio proyecto. Carece de programa y sobreabunda en infamia.

El actual presidente de la República, Mario Abdo Benítez, ya intentó ganar las internas del Partido Colorado del pasado 18 de diciembre por la vía del abandono. Quería la cancha libre, porque sabía –hasta él pudo presentirlo– que en las urnas su derrota y la de sus precandidatos era irreversible. Es el camino político más ruin que desluce la democracia y el axioma republicano de la voluntad popular. Efraín Alegre ha caído en lo mismo. Aspira llegar al Palacio de López sin adversarios. Pero no lo va a conseguir por las rotundas expresiones de los líderes más representativos del coloradismo. Lo que sí viene a confirmarse es que la Concertación Nacional opositora está integrada por partidos satélites de intereses extranjeros, que están tratando de instalar la agenda de la alternancia.

Aparte del propio Efraín Alegre, el satélite “alegre” de una embajada, las organizaciones políticas que han renunciado a su identidad y soberanía son los partidos de derecha: Liberal Radical Auténtico, Encuentro Nacional, Patria Querida y Democrático Progresista, y para no creer la Concertación Frente Guasu-Ñemongeta, que se autoproclama de izquierda. Y hasta resulta comprensible cuando leemos el concepto de satélite: “Cuerpo celeste y opaco que solo brilla por la luz que refleja el sol y gira alrededor de un planeta”. Necesitan, irremediablemente, del Partido Colorado para tener un poco de presencia.

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