Muchas veces se procede con el error por culpa de la ignorancia, que impide manejar los principios que contribuyen a despejar las dudas. Es lo que se llama un error involuntario, del que también se aprende una vez que es asimilado y superado. Otros persisten en el error con la obcecación y ceguera que provienen del fanatismo. Es decir, la incapacidad de aceptar un punto de vista diferente al que uno sostiene.
Y está el error deliberado, producto de la mala fe, que, a su vez, pretende inducir a los demás a conducirse por el mismo y torcido itinerario de presentar como verdad una evidente falsedad. Estas dos últimas fuentes para distorsionar la realidad –el fanatismo y la mala fe– podemos encontrar frecuentemente en líderes o dirigentes de alguna organización política, gremial o social, en instituciones y en medios periodísticos. En los últimos años son los conglomerados mediáticos los que han impulsado agresivas campañas de mistificación para perjudicar a las personas que consideran adversarias en cualquier ámbito de actividad humana. Y cada vez, con mayor cinismo y desvergüenza, pretenden instalar su exclusiva versión de los acontecimientos, sin la certeza de los fundamentos ni la veracidad de los hechos.Creemos que estos comportamientos, que menosprecian los códigos éticos del periodismo, se irán acentuando en los meses venideros, sobre todo al acercarse el día de las elecciones presidenciales establecidas para el domingo 30 de abril del 2023.
Se cercena a propósito el derecho del pueblo a estar informado (por omisión o tergiversación) con todos los presupuestos que involucran a un determinado acto. Pero, felizmente, los lectores, oyentes y telespectadores ya aprendieron a diferenciar las noticias o comentarios de interés general de las interesadas manipulaciones que solo responden a los objetivos de los propietarios de esos medios.
El fanatismo y la mala fe siempre encuentran obstáculos que les imponen la lógica y el razonamiento correcto. El impacto de las informaciones aviesamente deformadas tiene un efecto efímero. Por lo general, esos obstáculos se reproducen como contradicciones en un mismo medio. A veces en la misma edición. La obnubilación que genera la animadversión hacia alguien impide la reflexión que pueda hilar los hechos de manera ordenada. Entonces, derrapan y zigzaguean de continuo, arrastrados por sus propias limitaciones y por sus propósitos sectarizados (no sectoriales).
Pongamos como muestra el tratamiento que le dan a la “unidad” dentro de la Asociación Nacional Republicana (ANR) para acompañar al candidato presidencial victorioso en las internas, Santiago Peña. Por un lado, buscan desesperadamente que los electos para diferentes cargos del movimiento oficialista Fuerza Republicana trabajen exclusivamente por sus respectivas candidaturas. Luego declaran como “significativas ausencias” a los que no han participado del acto de proclamación de los ganadores que tuvo lugar el pasado martes 10 de enero. Un poco más allá, condenan un supuesto “abrazo de la impunidad”. Y hasta editorializan que ahora ambos movimientos internos del Partido Colorado “están de luna de miel”. Esa misma bipolaridad transmiten a sus aliados del Gobierno. Gobierno del que fueron cómplices de los desmanes en la administración pública en los últimos cuatro años. Lo que nunca hicieron fue detenerse a examinar los discursos y las entrevistas con el ahora candidato oficial de la ANR, el joven Santiago Peña, de cara a las presidenciales de abril próximo. Ni a explicar con claridad al público lo que significa una competencia electoral dentro de un sistema republicano como el nuestro.
Si uno es demócrata, está obligado a aceptar el resultado de las urnas, de la voluntad popular, dentro de un partido político determinado. Terminadas las elecciones, los que perdieron tienen varias opciones: acompañar al proyecto ganador sin necesidad de un acercamiento físico, guardar silencio y quedarse en su casa o, incluso, no votar. Lo que éticamente está inhabilitado de hacer es promover una campaña en contra. En eso no existe honor –como plantean algunos medios–, sino traición. Deslealtad institucional y abierta desvirtuación del libre juego democrático. En cuanto a la posición de Santiago Peña, no hay espacios para dobles interpretaciones: “Habrá abrazo republicano, pero no con aquellos que se olvidaron de la gente cuando más necesidad había; los buenos líderes se sacrifican por su gente, no sacrifican a su gente por sus intereses”. Era una alusión clara respecto a los hechos de corrupción ocurridos y denunciados durante la crisis sanitaria originada por el covid-19. Por tanto, no hay indicios de posible impunidad futura en estas palabras. Sin embargo, las cadenas mediáticas enemigas del coloradismo ni se detuvieron a leerlas. Mucho menos publicarlas. Ese discurso fue pronunciado en la noche del 18 de diciembre del 2022, después de conocerse oficialmente el triunfo de los candidatos del movimiento Honor Colorado.
Y para corroborar su firme posición acerca de las gestiones del actual gobierno solo hay que repasar su mensaje del día de la proclamación en el local de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana: “Quiero un Paraguay sin pobreza, porque creo que teniendo un país tan rico la pobreza es injusticia (…). La bandera de nuestro partido es la bandera del servicio, de la solidaridad y de la sensibilidad social; hagamos honor a ella con un gobierno colorado que marque un antes y un después en la República del Paraguay. Un gobierno que logre que los paraguayos vivan mejor. Solo así podremos decir misión cumplida”. Dejamos a los medios colegas que indaguen sobre el contenido y los destinatarios de estos mensajes. Tal vez ahí puedan encontrar el verdadero sentido de unidad del pueblo colorado, tal como lo plantea su candidato a presidente.