El año que comienza el domingo venidero es un período cru­cial, lleno de expectativas, que en estos momentos suscita una razonable incertidumbre debido a las pocas certezas que se tienen y las muchas inquietudes que anidan en la población. ¿Será igual al 2022, con todos los problemas económicos no resuel­tos? ¿O, como predicen algunos oráculos de la economía, será un año con creci­miento que ayudará a recuperar parte del camino desandado? La incógnita se agranda si se toma en cuenta que con fre­cuencia muchas de las previsiones que se hacen antes del inicio de un año calen­dario luego se desmoronan por acon­tecimientos imprevistos. Porque al fin de cuentas el futuro tiene siempre una importante cuota de incertezas, como lo demuestra sobradamente la experiencia.

Hace un año atrás, cuando se dibuja­ban las perspectivas del 2022 había una fuerte dosis de optimismo en todo el mundo. Ya se había superado la epide­mia del covid-19 en la mayoría de los paí­ses. Las entidades especializadas como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional tenían previsiones de una fuerte mejora de la situación planeta­ria. Pero antes de terminar el segundo mes del año, el 24 de febrero, las tropas rusas invadieron a Ucrania y comenzó una guerra cuyas consecuencias inter­nacionales todavía son importantes en las áreas económica y política. Ni el más atrevido astrólogo había anunciado la llegada de esa nueva locura, a pesar de que Rusia, meses antes, tenía acanto­nada en la zona fronteriza a una porción de sus fuerzas armadas.

En el Paraguay, el 30 de abril se decidi­rán en las elecciones generales quién será el nuevo presidente de la República, qué cambios habrá en el Congreso y en las diversas gobernaciones. A partir del 15 de agosto, se hará cargo de la suerte del país otra gente muy diferente a la actual, lo que significa que necesaria­mente habrá modificaciones significati­vas en el manejo de la nación.

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Aparte de la sabiduría política, los nue­vos conductores de la nación tendrán que tener programas bien claros de qué y cómo hacer para enfrentar el Paraguay alicaído que encontrarán. Deberán pedir al cielo una ayuda especial para encarar la solución de los males ya conocidos y los imponderables que sin duda se pre­sentarán.

Uno de los temas de relevancia que debe­rán abordar es cómo satisfacer las nece­sidades de la población nacional que es cada vez más numerosa y necesita pro­gramas económicos con fuerte inci­dencia social. Las personas que viven actualmente en territorio paraguayo son cerca de 7,5 millones. De ese total una altísima porción está representada por gente joven que necesita estudiar y tra­bajar de manera legal.

La situación de la economía y su inciden­cia en la población del país es uno de los puntos de preocupación para la actuali­dad y el futuro cercano. De acuerdo con los informes del Banco Mundial, este año que termina la economía tendrá una retracción del 0,3%. Y la pobreza que estaba el año pasado en el 20,76% prevé un crecimiento que lo llevará al 21,5% en este período anual. Lo más importante es que el organismo internacional prevé un crecimiento que llegará al 5,2% para el 2023. Pero ello dependerá fundamen­talmente del desempeño agrícola con la alta producción de soja, que última­mente está amenazada por los pronósti­cos de pocas lluvias.

Entre las tareas que deben encarar las autoridades nacionales está el tema de la desocupación y subocupación que afecta actualmente a 426.527 individuos en condiciones de trabajar, lo que repre­senta el 11,4% de la población estudiada.

Los técnicos tendrán un arduo tra­bajo para realizar la planificación que la entrada del nuevo período anual hace necesaria para responder a las expec­tativas. Pero además deberán prever un cambio radical en la dirección de los grandes temas nacionales, pues ya no se podrá continuar con las improvisaciones y la dejadez que caracteriza al gobierno saliente. La vida del país no se puede dejar a lo que decida la suerte. Hay que articular el mejoramiento de la econo­mía, aumentar fuertemente los pues­tos de trabajo, incentivar los empren­dimientos del sector privado y achicar los gastos del Estado. Un desafío que no necesita de la politiquería de la adminis­tración actual, sino del trabajo creador del gobierno que viene.

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