La festividad de la Inmaculada Concepción de María en Caa­cupé cada 8 de diciembre es la fiesta nacional con mayor afluencia de gente y el encuentro religioso de más importancia en nuestro país. Aun­que es una conmemoración litúrgica de la Iglesia católica, la repercusión del acon­tecimiento social en la vida paraguaya tiene una gran relevancia porque va más allá de las diferentes posiciones religio­sas. No solo por la devoción mariana que atañe especialmente a los católicos fervo­rosos de la madre de Cristo, sino también por los mensajes de alto contenido que se pronuncian en el novenario y la presen­cia de millones de personas que llegan al lugar con sus sueños a cuestas. Pero como lo que se dice allí va más allá de los cre­dos y las manifestaciones ideológicas de las personas de los más diversos pensa­mientos, adquiere una dimensión muy especial. Suele ser el principal escenario de la esperanza de millones de personas que llegan de todos los puntos del país con la ilusión de poder encontrar el alivio a sus dolores y el consuelo muchas veces esquivo.

Aunque es un sitio fuertemente ligado a la religión, es de hecho el escenario más importante del país para escuchar y ser escuchado debido a su multitudinaria audiencia, no igualada por ningún otro acontecimiento ni lugar. Y por la repercu­sión mediática que se le da a todo cuanto se afirma en la ocasión.

Un ejemplo de esos mensajes es lo que dijo el arzobispo de Asunción, cardenal Adal­berto Martínez, el 1 de diciembre, cuando señaló que nuestro país, en medio de sus vicisitudes, necesita con urgencia signos de esperanza. Para lo que ofreció la doc­trina social de la Iglesia, que es un tesoro que está a disposición de los que tienen responsabilidades y todas las personas de buena voluntad, como un aporte para el saneamiento moral de la nación, el bien común y el desarrollo integral del pueblo.

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Afirmó que hay situaciones injustas en el país que deben ser transformadas y que todos los sectores y actores de la sociedad nacional estamos llamados y somos nece­sarios para buscar el bien común.

En las homilías de Caacupé no faltó el delicado tema de la educación impartida por el Ministerio de Educación y Cien­cias (MEC), que ha sido cuestionada en algunas de sus propuestas. Monseñor Gabriel Escobar, obispo del Chaco, habló de defender las familias cristianas ante la amenaza de querer implantar ciertas terminologías que esconden el enfoque ideológico, como el de género, inclusión, interculturalidad. “Estas son las preocu­paciones donde el Estado y nuestras auto­ridades nacionales de los tres poderes deben velar por los intereses de su pueblo y evitar ser avasalladas con nuevos neo­colonialismos que no respetan la reali­dad de nuestro país, donde grandes agen­cias internacionales quieren imponernos aquello que debemos enseñar y creer para recibir sus migajas de ayuda”, afirmó. Destacó que los paraguayos somos los que tenemos que decidir qué enseñar y cómo educar a los hijos de esta nación.

“Creemos que es necesario revisar los procesos educativos llevados por el MEC. Pedimos la aplicación de los principios y valores irrenunciables de nuestra Consti­tución Nacional como la dimensión trans­cendental, la familia, la vida y la dignidad de toda persona”, subrayó.

También recordó a las tres personas que están secuestradas por los terroristas del Norte y de quienes no hay noticias. “Queremos unirnos al dolor de las fami­lias que no saben nada de sus seres queri­dos y ofrecemos nuestras oraciones para poder tener noticia de nuestros herma­nos privados de su libertad o en cautive­rio, de Óscar Denis, Félix Urbieta y Edelio Morínigo. Es justicia querer saber dónde están”, remarcó.

Ningún acto político o social del país ni los discursos que se dicen habitualmente en el Congreso Nacional o en actos mul­titudinarios tienen la repercusión de cuanto se afirma en la villa serrana. Ese acontecimiento es un momento y lugar en que gran parte del pueblo paraguayo, a pesar de todas sus diferencias, está unido por sus afanes y la ilusión de conquistar un futuro digno como en ninguna otra ocasión.

No todos los que peregrinan a Caacupé piden milagros ni hacen grandes impre­caciones religiosas, pero sí desean días mejores y abrigan la esperanza de que se puedan concretar.

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