Desde el inicio del proceso electoral interno del Partido Colorado –cuando todavía era precandidato presidencial el vicepresidente de la República, Hugo Velázquez– la estrategia de los asesores fue la de instalar una falsa antinomia: que sus adversarios constituyen el aspecto más degradante de la política y, por tanto, peligroso para la democracia; y que ellos, los oficialistas, representan el último bastión de las instituciones republicanas, adornados de valores éticos y de una moral incorruptible.

Es, por eso, imprescindible precisar que estamos hablando de una falsa antinomia. Como aquella campaña de “ANR nunca más”, de estrepitoso fracaso en el ánimo colectivo, que fue ratificado en las últimas elecciones municipales, donde la Asociación Nacional Republicana aumentó el número de intendentes a nivel país. Pero la desesperación obnubila. Anula la posibilidad de pensar con claridad. Desquicia. Porque vivir a costa del Estado, disfrutando de la plata dulce sin trabajar, atrae como espejismo en el desierto. Es por ello que repiten errores y se empecinan en mantener una línea discursiva que hace meses nomás tuvo un efecto adverso para las pretensiones de quienes la promovieron. Ningún movimiento o partido político es moralmente puro, incontaminado de vicios.

Y tanto movimientos como partidos están constituidos por hombres. Hay dirigentes reprochables y execrables en todas partes. Como, también, hay de los buenos. Y en abundancia. Pero no es, precisamente, el oficialista Fuerza Republicana un oasis de virtudes. Al contrario, es el proyecto que más rostros de corrupción exhibe, cuyos crímenes contra los recursos públicos no deberán quedar impunes en el futuro. Es en busca de esa impunidad que sus líderes más visibles están alterados ante la posibilidad cierta de la derrota el próximo 18 de diciembre. Y por esa misma razón, les aterra también el fin de sus delitos sin castigo. El próximo gobierno deberá ser implacable con quienes se encargaron de enriquecerse a costa de la pobreza extrema de miles de familias paraguayas.

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No es Arnoldo Wiens un personaje que deba exhibirse como modelo de conducta recta, como exigía el maestro del coloradismo, doctor Juan León Mallorquín. La sociedad hace rato lo ha identificado en todas sus debilidades. Es un hombre sin carácter que baila al ritmo de quienes detentan el poder. Carece de toda ética política y de moral personal. Intentando afanosamente aumentar algunos puntos en sus alicaídos porcentajes en cuanto a intención de votos, ratificó que no se “abrazará con Horacio Cartes”. Tampoco lo hará con Santiago Peña, para evitar “contagiarse de algunas cosas”.

Y con un gesto de soberbia, que es la impronta de quienes dirigen su campaña, acotó que en caso de que “Cartes decida unirse” (dando por sentada una victoria suya cada vez más lejana), solo se limitará a “saludarlo desde lejos”. Y lo está diciendo alguien que usurpó la función de pastor evangélico (renunció para correr detrás de la política), quien debería saber lo que dice la Palabra de Dios en cuanto a llevar las ofrendas sin antes reconciliarse con el hermano. Esta es la gráfica más elocuente de su blasfemia y apostasía. Suponemos que, tampoco, tanto Cartes como Peña, tendrán intenciones de “abrazarse” con quienes tanto daño hicieron al país con su nefasta impronta de mediocridad, ineficacia, incompetencia y latrocinio.

¿Quién es el “incontaminado” Arnoldo Wiens? Un pastor evangélico que incursionó en el mundo del periodismo publicitario, es decir, en una producción televisiva enfocada exclusivamente en el lucro. Hasta que, en el 2003, ya con Nicanor Duarte Frutos como presidente de la República, abandonó su iglesia y su rebaño para mudarse de templo detrás del brillo mundano del poder. Continuó, sin embargo, haciendo su programa, pero ya con jugosa publicidad tanto de Itaipú como de Yacyretá. El 23 de noviembre del 2010 decide afiliarse al Partido Colorado. Dos años después se postula para la Presidencia de la República. Y, de repente, un día renuncia a su propio proyecto, sin ninguna explicación a sus seguidores y precandidatos (tal como lo hizo con sus feligreses), para sumarse al equipo de prensa del movimiento Honor Colorado. Fueron tiempos en que Wiens comparaba al que ahora repudia a muerte, Horacio Cartes, con Nelson Mandela, y decía que el actual líder de dicha fracción interna de la ANR tenía enemigos por la única razón de que era un empresario responsable que genera empleo para miles de trabajadores y obreros paraguayos. Llegó así a la Cámara de Senadores de la mano de Cartes. Y fiel a su estilo de inconductas y felonías, cual Efialtes del siglo XXI, rápidamente lo traicionó, pasándose al equipo de Mario Abdo Benítez. Y ahora quiere ser, otra vez, presidente de la República.

Es un hombre, repetimos, sin códigos éticos. Y dentro de la función pública careció de toda moral personal. Es culpable directo de una de las mayores estafas al Estado paraguayo: “la pasarela de oro”. Es, al mismo tiempo, el responsable, en sus tiempos de ministro de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), de haber direccionado descaradamente la compra del asfalto de la empresa del mandatario Abdo Benítez (Aldia SA) a través de las constructoras de rutas. Es por eso que en el reducido esquema mental, tanto del Presidente como de Wiens, las obras de infraestructura solo son rutas y nada más que rutas. Esa falta de visión y de gestión es el modelo a ser derrotado el próximo 18 de diciembre. Quienquiera que sea el próximo jefe de Estado, lo único que precisa para tener éxito es hacer totalmente al revés de lo que está haciendo este gobierno inútil y ladrón. Ante la nada actual, cualquier grano de arena será suficiente.

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