En un país que todavía arrastra la herencia de sus profundas contradicciones culturales y repetidas paradojas, que retornan como indeseables oleadas, es todavía posible encontrar a un bruto al frente del Ministerio de Educación y Ciencias. Y asumimos la palabra bruto en sus varias acepciones que incorpora el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): incapaz, tosco, irracional.

El ingeniero agrónomo, especializado en fertilizantes Nicolás Zárate se encuadra dentro de lo que hace años escribimos sobre el primer acto de deshonestidad de un funcionario público: aceptar un cargo para el cual no está preparado, ni académica, ni intelectualmente. Sus últimas declaraciones ante la crisis generada por una ciudadanía que salió a las calles a reclamar una revisión del Plan Nacional de Transformación Educativa (PNTE) nos obligaron a una mirada retrospectiva, dolorosa, por cierto, cuando uno de sus antecesores en el entonces Ministerio de Educación y Culto Carlos Ortiz Ramírez decretaba, allá por 1986, que “la calle es de la Policía” ante las repetidas represiones a las manifestaciones de médicos, enfermeras y trabajadores del Hospital de Clínicas.

Y, de paso, tratando de intimidar al gremio de los trabajadores del magisterio nacional que empezaba a levantar su voz por mejores condiciones salariales. Como en aquella época terrible en que se inventaban subversivos y desestabilizadores para descabezar a los líderes de los legítimos reclamos, el inefable secretario de Estado que tenemos ahora afirmó, inducido por intereses proselitistas, que “esta marcha responde al sector de Honor Colorado. Es sencillo. La marcha es organizada por la Iglesia cristiana con el apoyo de Horacio Cartes”.

Los dislates de este ministro alcornoque son coherentes y consecuentes con los exabruptos de aquel que pasó en los registros del MEC como “Ñandejára taxi” en alusión al pollino sobre el que hizo su entrada triunfal a Jerusalén aquel que habría de morir por nuestros pecados. El entorno familiar influye de manera determinante en el carácter de las personas. Naturalmente, con las excepciones que replantean los paradigmas científicos. Ortiz Ramírez creció bajo las influencias de la dictadura de Alfredo Stroessner: los sacerdotes católicos, en su mayoría, eran “comunistas” y las movilizaciones tenían siempre detrás a los políticos que no querían vivir bajo la “regularidad” del régimen. Nicolás Zárate proviene de esa misma escuela que tuvo enorme impacto en su hogar.

Empezando por su padre, el también ex ministro Darío Zárate Arellano. Por eso apunta sus desorbitadas críticas a la Iglesia y busca responsables en los “enemigos” del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, un admirador confeso del sátrapa sanguinario que empobreció económica, cultural y educativamente a la sociedad. En términos entendibles para todos: niega al pueblo su autonomía para salir a las calles a expresar sus disconformidades, reclamos y repudios. Habla en los términos en que la dictadura les había enseñado. Las similitudes, en estos casos, nunca son casualidades.

Cuando los diferentes gremios docentes se manifestaron por aumentos salariales, el ministro de aquel entonces Carlos Ortiz Ramírez explicó que “el Estado cumple de acuerdo con sus reales posibilidades” y que si quieren ganar más “vayan a vender ka’i ladrillo”. Darío Zárate Arellano, en su época de director de Presupuesto del Ministerio de Hacienda, recibió las demandas de la Asociación de Enfermeras del Hospital de Clínicas. Su líder, fallecida en el olvido, Elsa Mereles, le explicó que con lo que ganan ya no pueden ni comprar ni el calzado blanco obligatorio para cumplir sus funciones, a lo que este hombre, mediocre e inmoral, respondió: “Entonces, trabajen descalzas”. De tal padre, tal hijo.

En toda la transición democrática hemos tenido ministros de Educación de medio pelo. Pero este lucha denodadamente por alcanzar el primer lugar. Sobre todo, por su bajo nivel de reflexión lógica y coherencia. Argumentó que el documento de la polémica debería ser analizado “en un debate político”, pero no dentro de lo que él denominó “la politiquería”. El ministro Nicolás Zárate es un politiquero de raza, fanático adherente de los precandidatos de Fuerza Republicana, Arnoldo Wiens y Juan Manuel Brunetti Marcos.

Hasta les organizó un encuentro “deportivo” en el local de la Asociación de Funcionarios y Empleados del Ministerio de Educación y Ciencias (Afemec), Lambaré. Y, encima, torpe. Confirmó a los medios de comunicación que a pedido de Wiens (ex pastor evangélico) presentará el Plan Nacional de Transformación Educativa recién el 30 de abril, después de las elecciones generales. ¿Qué tiene que ver el ex ministro de Obras Públicas y Comunicaciones con las políticas del Gobierno del cual, legalmente, ya no forma parte? Y es simple: se trata de la politiquería que “condena” el ministro Zárate.

Un personaje sin autonomía moral, sin capacidad académica y sin formación intelectual pretende descalificar, a la usanza estronista, a un gran constructor de la educación paraguaya: el padre Jesús Montero Tirado. El hombre que viene del lado oscuro de nuestra historia pretendió enseñarnos que la “educación debe ser ciencia y no oscurantismo”. Cuestiona al sacerdote jesuita por el “fracaso de la reforma educativa”, olvidándose de que fue Nicanor Duarte Frutos el que la puso en marcha.

Sostenida, luego, por la actual senadora Blanca Ovelar de Duarte. Pero como hoy son aliados políticos de Zárate, que la opacidad sea con ellos. Y, por último, afirmó que no hay tiempo para perder en “mitos, leyendas y fantasmas”. Es que este ministro viene vestido con las sábanas del pasado. Pero se olvidó de añadir la categoría de fábulas: Aquella en la que ambicionaba ser “ministro de Agricultura y Ganadería y terminó en Educación y Ciencias”. Al final, todo tiene sentido.

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