Teniendo en cuenta la activi­dad cotidiana, puede afirmarse sin exagerar que en los últimos tiempos los hechos violentos contra la seguridad de las personas y los bienes ajenos están avanzando sin encon­trar vallas que los detengan. En algunos sitios de las fronteras los asesinatos de ciu­dadanos comunes son cosas casi cotidia­nas y no llaman ya la atención. Solo son noticia cuando afectan a personas públi­cas. Los actos de violencia material con fines de robo o propósitos criminales se están produciendo con mucha frecuencia en sitios considerados habitualmente peli­grosos y últimamente hasta en zonas hasta hace poco tradicionalmente tranquilas.

Debido a ello la inseguridad pública no es exclusiva de las zonas fronterizas, como anteriormente ocurría, pues hoy día se ha extendido como una terrible peste. Consti­tuye en estos momentos uno de los asuntos pendientes de solución más graves que el Gobierno no ha abordado con la suficiente energía. Es una amenaza cada vez más grave que pone en zozobra a la ciudadanía.

El reciente asesinato de un periodista radial que estaba amenazado por la mafia en Pedro Juan Caballero, el local de un banco que fue volado con explosivos en Pirapó, Itapúa, y la violencia callejera que se ceba hasta en niños de corta edad son solo algunas muestras del rápido avance de la violencia criminal. Y al mismo tiempo es un ejemplo de la escasa efectividad de las fuerzas de seguridad para garantizar la tranquilidad de la ciudadanía. No hay duda de que los delincuentes están cada vez más violentos, pero también es verdad que las fuerzas policiales no les hacen frente con eficiencia y, debido a ello, el Estado demuestra su lamentable incapacidad.

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Ante esta situación, cada vez más apre­miante, el Gobierno no tiene por qué ponerse a dar explicaciones. El país no necesita más palabras, sino hechos concre­tos que representen la garantía de un tran­quilo bienestar. La gente quiere estar en paz en medio de sus vivencias cotidianas, persiguiendo sus objetivos de progreso y disfrutando de los lazos de la vida familiar y social.

Lo lamentable es que, dando vía libre a los delincuentes, las fuerzas de seguridad ya no ejercen el control público de los más diversos puntos geográficos. En las rutas importantes ni en los caminos secunda­rios no existe la vigilancia necesaria, como sería recomendable hacer para brindar seguridad.

En las ciudades y zonas urbanas no se observa la presencia suficiente de patrulle­ras policiales en los sitios y momentos que más se requieren. Solo raramente, y como excepción, se divisan a veces algunas uni­dades de vigilancia.

Urge que las fuerzas de seguridad vuelvan a realizar controles estrictos en la fron­tera y también dentro del territorio del país, en las rutas y localidades del inte­rior, en la capital y zonas aledañas, para que los delincuentes no se sientan libres de hacer lo que les parece. Esto tendría que formar parte de las tareas de prevención, mediante una presencia constante de las unidades policiales en los sitios públicos.

Las autoridades vinculadas a la seguri­dad del país deben trabajar con las entida­des privadas para establecer la coopera­ción necesaria. Lo que debe abarcar tanto la inteligencia para prevenir eventuales hechos ilícitos como los requerimientos materiales, como más insumos para sus patrulleras y otros elementos necesarios que la Policía no dispone suficientemente por el bajo presupuesto estatal.

Es necesario e imprescindible que las autori­dades nacionales encaren el grave problema de la inseguridad con decisión y tomen las medidas que se requieren con rapidez. El Paraguay no puede estar a merced de los violentos que con su comportamiento alta­mente peligroso pone en vilo no solo la segu­ridad, sino la vida de las personas. El crimen organizado tiene tanta fuerza que ya no se le puede hacer frente con la debilidad y la falta de convicción que demuestran el Gobierno y sus fuerzas de seguridad.

Llegó la hora de hacer frente al enemigo común del país como si fuera una guerra internacional, uniendo todas las fuerzas posibles en pos de ese bien comunitario que es la seguridad. Para lo cual es necesa­rio tener planes y medios suficientes y que el Ejecutivo y las fuerzas públicas cambien de actitud y actúen con la seriedad y efi­ciencia que merece el tema.

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