El oficialismo ha apelado a diversas artimañas, prin­cipalmente la mentira en foros nacionales e interna­cionales para tratar de contrapesar su rotundo desprestigio y el fracaso de su gestión que incluyó el alevoso robo en tiempo de la pandemia.

Sin embargo, las mediciones de prefe­rencia electoral se han mostrado per­manentemente enfocadas en brindar su apoyo a la postulación de Santiago Peña para la Presidencia de la Repú­blica tanto en las internas como en las generales y a Horacio Cartes en las internas.

Es cierto también que los improvisa­dos de la política, los soberbios y los divorciados de las mayorías recu­rren con frecuencia a despreciar la sabiduría del pueblo para escoger sus preferencias, y así funcionan por­que olvidan que existe un elemento fundamental que aproxima o aleja al político de los ciudadanos y es la con­fianza.

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La confianza es la argamasa que une la idea de gobierno con las expectativas de los ciudadanos, tal es un matrimo­nio que nunca se divorcia porque así funciona la democracia, con el valor fundamental de la representación. Tal representación es un arte que radica en el corazón mismo de la vocación de un ciudadano en condición de ejerci­cio de la política, por recoger la ban­dera de un grupo social y represen­tarlos.

Desde diversas perspectivas (inclu­yendo el plan de desaparición de las fuerzas políticas) se ha intentado minar esta relación tan orgánica y genuina entre ciudadanos y la polí­tica, pero ella constituye una llama que no se extingue porque es, en esen­cia, la célula básica de la vieja e irrem­plazable democracia.

Evitar las interferencias fácticas que atenten contra el ejercicio de nues­tra democracia es una misión de la política. En su debate debería pro­moverse, por el contrario, el fortale­cimiento de los partidos y las agru­paciones políticas entendiendo que cuanto más organizados estén los ciu­dadanos estarán menos indefensos contra los malos gobiernos y los líde­res sin carácter que gobiernan con la herramienta mezquina de la intriga y la traición.

Al mismo tiempo, la información que cotidianamente se presenta en rela­ción a los malos manejos financie­ros del Gobierno es un elemento que desmotiva este proceso de fortale­cimiento de la democracia por una razón muy sencilla: los ciudadanos tienden a construir un muro de dis­tancia en relación a los corruptos, pero al mismo tiempo, el daño va más allá, a una zona más sensible: afecta la propia confianza en la democracia.

Es muy apropiado que, tal como suce­dió en los albores de nuestra transi­ción, se debata con fuerza el futuro de conceptos tales como soberanía, democracia, participación, represen­tación. Conceptos que los gobiernos corruptos entierran bajo un manto contradictorio de crítica contra el sis­tema en tanto no siempre es el sistema el que tiene la culpa sino la gestión, la mala gestión.

Cuidemos nuestra democracia y a la representación soberana de nuestros representantes.

Evitar las interferencias fácticas que atenten contra el ejercicio de nuestra democracia es una misión de la política. En su debate debería promoverse, por el contrario, el fortalecimiento de los partidos y las agrupaciones políticas entendiendo que cuanto más organizados estén los ciudadanos estarán menos indefensos contra los malos gobiernos.

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