La ola de la delincuencia sigue imparable a lo largo y ancho de la República. La cantidad de denuncias que trascien­den y que sugieren subregistros que no llegan a los medios de comunicación ni a las instituciones de seguridad son indicadores de que los robos, hurtos, la violencia, se burlan del Gobierno y de la ciudadanía que vive atemorizada ante tantas desgracias.

No hay un solo día en que los medios de comunicación o redes sociales descan­sen de noticias sobre la inseguridad reinante.

Los más afectados siempre son los tra­bajadores, los microemprendedores, los empresarios que a diario se esfuerzan para producir. ¿Dónde están las auto­ridades? O, ¿por qué no hay estrategias visibles contra el flagelo?, son preguntas que carecen de respuestas, mientras los gobernantes desfilan en actos políticos custodiados por decenas de guardias, muy diferente a la orfandad de los comu­nes en sus embates diarios en las calles.

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Solo en la última semana que cerró, los titulares de los medios señalaban robos de vehículos en zonas altas de Asunción; robo en Villeta por parte de un joven que se creyó Robin Hood al compartir con sus amigos el dinero que despojó a un pariente; el sonado caso del joven víctima de 9 puñaladas por resistirse a entregar su celular en Ciudad del Este; grupo de asaltantes que perpetró robo de grueso calibre a una estación de ser­vicios en las inmediaciones del Mercado 4 de Asunción; además de un asalto a una mujer que recibió un disparo en la cabeza en la ciudad de Ñemby, al igual que otro asalto tipo comando con toma de rehén ejecutado en Ciudad del Este son algunos de los episodios delincuen­ciales que trascendieron en la semana anterior, sin contar los cientos del mes o del año y que llevaron al borde de la muerte a algunos de los heridos por los criminales.

Sin exagerar, la inutilidad del Gobierno es un guiño a la delincuencia que con­solidó una galopante ola de inseguridad que tiene en zozobra a todo el país. El colmo de los colmos es que los últimos reportes del rubro criminalístico sin­dican incluso que los actos delincuen­ciales se volvieron hobbies para algunos uniformados.

Burdo, pero cierto. Un militar activo que en sus ratos libres se dedica a asaltar fue detenido luego de una investigación, el mismo usaba la moto de su compañero y cometía los atracos. El autor realizó un robo en el mes de junio a una estación de servicios del departamento Central, refiere una información plenamente confirmada por la Policía.

Se han sobrepasado todos los límites, el Estado se desbordó al punto de que entre los propios uniformados de segu­ridad se encuentran delincuentes que se dedican a robar.

La triste situación de inseguridad ha obligado a barrios enteros a aplicar sus propios métodos de protección. Vecinos de zonas vulnerables como los del Mer­cado 4 y varias otras comunidades viven rogando mayor presencia policial.

Evidentemente, el tema de la insegu­ridad es una situación ante la cual este gobierno ya declinó. No es nueva esta negra realidad, la marginalidad viene acentuándose muy pronunciadamente desde hace varios años. Recordemos que la gestión de Arnaldo Giuzzio en el Minis­terio del Interior fue la más vapuleada, precisamente por los robos, asaltos que brotaron como hongos en todo el país.

El sucesor de Giuzzio tampoco logró levantar mejores resultados. En las mis­mas condiciones, una Policía ausente en las calles en zonas más requeridas, algu­nos pocos uniformados vistos en la vía pública viven en sus patrulleras, pega­dos a los asientos, burlados en sus reac­ciones por la agilidad de los maleantes, es el escenario en el que vivimos.

Las autoridades nacionales, ya sean par­lamentarios u otros que nos represen­ten, deben ocuparse y exigir tanto expli­caciones como mejores resultados antes de que la ciudadanía estalle y se perjudi­que más buscando solucionar los proble­mas delincuenciales por mano propia.

Así también, los que aspiren a la con­ducción de la República en el siguiente período deberán arribar con estraté­gicos planes en busca de amilanar esta epidemia.

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