Para ingresar y permanecer en la función pública, decía el general Bernardino Caballero, fundador del Partido Nacional Republicano, solo se requieren dos condiciones: El patriotismo y la idoneidad. El primero conlleva en sí la honestidad; la segunda, la capacidad para realizar las tareas que son inherentes a su cargo. Hacemos expresa alusión a uno de los principios vertebrales del pensamiento de esta asociación política en cuanto a la administración del Estado, porque, quien está hoy en la Presidencia de la República, el señor Mario Abdo Benítez, siempre reivindica en su discurso la autenticidad de su origen colorado.

No pierde oportunidad para jactarse de tal supuesta condición, tratando de descalificar a sus adversarios por la vía de la comparación. Sus expresiones son, también, ocasiones propicias para que el propio mandatario se descalifique a sí mismo por sus acciones. Desde el principio de su gobierno optó por los peores, pagando favores políticos, privilegiando a los aportantes a su campaña y a los amigos, y cumpliendo puntualmente con el ritual de nombrar a aquellos que tenían experiencias en el manejo torcido de los recursos que son de todos y que debieron utilizarse para beneficiar al pueblo y no a diversos círculos de inescrupulosos.

Hoy, en tiempos electorales, el señor Abdo Benítez y, por ende, todo su entorno, han intensificado la degradación de los mandamientos republicanos, han degenerado los valores políticos del Partido Colorado y prostituido el manejo del Estado sin más requisitos que “el patriotismo y la idoneidad”. Contrariamente a lo que predica, el Presidente no es un demócrata ni colorado. Es más, ha deshonrado la democracia que le dio la oportunidad de llegar al poder, a pesar de su herencia dictatorial y de ser un reivindicador constante de la dictadura.

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Lo único genuino en el jefe de Estado es su linaje estronista. No tolera la disidencia. Desprecia la tolerancia. Aborrece la crítica. Persigue implacablemente a quienes optaron por un proyecto diferente al oficialismo. Es decir, a los que se animan a trabajar por la precandidatura de Santiago Peña para la Presidencia de la República y por Horacio Cartes para presidir la Junta de Gobierno colorada. Ha pisoteado el pan de cientos de familias paraguayas por la exclusiva razón de pensar diferente. No existe nadie más miserable que aquel que quiere coaccionar a los electores estrangulando su estómago.

Abdo Benítez sigue siendo incondicional a su ascendencia autoritaria. Cuando la palabra del dictador era ley suprema. Y su padre, don Mario, era el secretario privado sin más méritos que la leal obsecuencia. Calló y consintió las barbaries del régimen y se hizo millonario sobre los ríos de sangre de quienes luchaban por la democracia, la libertad y la justicia social. Marito viene de esa escuela. Y es, repetimos, incondicional a sus dictados. Aunque el Estado de derecho le impone determinadas condiciones para gobernar, en el menor descuido posible y en los espacios en que pueda ejercer su papel de fantoche dictador, lo hace sin ningún escrúpulo.

Tomando como punto de partida aquella tan difundida versión de “a los amigos, todo; a los enemigos ni la justicia”, de Juan Domingo Perón, reformulada por el director de Yacyretá de sus épocas de presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, de “a los enemigos, ni agua”, el actual inquilino del Palacio de López ha reinventado la logia de informantes –los pyrague del estronismo– para descabezar a médicos, enfermeras y técnicos de salud por el único pecado de no estar alineados a su proyecto. Medida nazifascista que hoy se extiende a todas las instituciones públicas.

La tentación del “Estado soy yo” ha recrudecido con este gobierno de mediocres –sin excepciones–, corruptos –igualmente sin excepciones– y de improvisación generalizada. Incluso está echando a funcionarios que en el 2018 trabajaron por su candidatura, pero que ahora eligieron una opción diferente. Y su “autenticidad” colorada, totalmente desmentida, se refleja en su amor sin restricciones a partidos que están conspirando incansablemente para desalojar a la ANR del poder.

Si fueran competentes y honorables diríamos que forman parte del pluralismo a la hora de gobernar. Pero no los son. Solo fueron puestos en esos cargos para perseguir, sin códigos y sin moral, a los adversarios del presidente de la República. Por esa razón, ya solo Duarte Frutos defiende la gestión de su presidente. Nadie más lo hace. La democracia, para Marito, es solo una fachada. Y de colorado no tiene ni el apellido. Las máscaras de la hipocresía servían para el teatro griego. Ya no para nuestra actualidad.

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