Entre las cosas que se le pue­den echar en cara a los gober­nantes de un país está el no querer reconocer el verdadero rostro de la verdad y de tratar de falsear los acontecimientos mediante diver­sos recursos que finalmente resultan un engaño.

Esto se hace cada vez más evidente en estos tiempos de campaña electoral de las internas partidarias en que se trata de deteriorar la imagen del adversario mediante la mentira, o de agrandar exa­geradamente la imagen propia exaltando en demasía los hechos o logros propios, como si fueran la máxima expresión de la bondad.

La mentira, que es la afirmación de algo no verdadero que se dice con el afán de engañar haciendo creer que lo falso es cierto, es un recurso que muy frecuente­mente usan muchos políticos. No es que sea patrimonio exclusivo de ellos, pero es el medio que en toda la historia de la humanidad han utilizado muchos per­sonajes para engatusar a sus seguidores y cometer acciones deplorables. Como el verdadero rostro de la verdad no les con­viene, entonces disfrazan conveniente­mente los hechos con la vestimenta falsa que más les resulta útil a sus fines.

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Así han actuado célebres personajes de la humanidad cuyo recuerdo perverso toda­vía conmueve, como los grandes dictado­res políticos que hicieron estragos en sus pueblos, como Adolfo Hitler, o el tirano comunista José Stalin, por nombrar solo a dos de los más famosos en la historia reciente. Y numerosos otros exponentes de la política que creen que la falsedad es un instrumento necesario para sus fines. Tanto que se pasan diciendo mentiras y actuando en consecuencia haciendo del fraude su principal elemento de conducta. Aunque les pueda servir un tiempo o para ciertos grupos de partidarios, al final se impone la verdad, que es lo que cuenta, porque está cimentada en los hechos rea­les. A eso se debe el sabio dicho popular de que “la mentira tiene patas cortas”.

En el plan del engaño instrumentan la mentira desde el poder usando los medios tratando de modificar el rostro de la rea­lidad cambiando el nombre de las cosas o llamándolas de otro modo. En este afán, muchos creen lo que inventan, insisten en las mentiras o medias verdades, recurren a la manipulación de la gente para sus fines políticos. Y olvidan la verdad.

Un ejemplo de esto es cuando el presi­dente de la República en un acto partida­rio oficialista en Caaguazú aseguró que figuras políticas de otros poderes favore­cen al crimen organizado y que los denun­ciaría por ello. O la vez que afirmó que su gobierno es el que más obras públicas ha realizado.

Se olvidó de decir que su gestión es el gobierno que más ha endeudado al Para­guay en toda su historia, ya que en lo que va de su administración la deuda pública aumentó en 80,89%. En agosto del 2018 el total de la deuda del Estado paraguayo era de 7.808 millones de dólares, en tanto que en abril último llegó a 14.124 millones de dólares. Lo que quiere decir que en sus tres años y 8 meses de gobierno (de agosto del 2018 a abril de este año) endeudó al país por 6.316 millones de dólares, un 21% más de todo lo que debía el Paraguay en el 2013, que era de 5.216 millones de dólares.

No conviene que olvide que en su admi­nistración la economía ha llegado a la peor caída de los últimos quinquenios. Que el Estado no tiene recursos financie­ros para honrar la deuda y que por eso se ve forzado a prestar cada vez más dinero para cumplir sus obligaciones, con lo que el país va aumentando cada vez más su endeudamiento. Tampoco debe igno­rar que en la actualidad se viven los peo­res momentos de inseguridad debido al enorme peso del crimen organizado, que ha llegado a su expresión más elevada que recuerde la sociedad paraguaya.

Aunque la tentación del uso de la mentira es grande y se cierne sobre muchos políti­cos, no es recomendable para los gober­nantes que tienen responsabilidades bien determinadas que cumplir al frente del país y deben cultivar la confianza de sus dirigidos. Por eso la recomendación más sensata es reconocer la verdad, asumirla en toda su dimensión y actuar en conse­cuencia.

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