La desaparición física –porque su legado permanece incólume– de esa gran académica que fue la señora Marta Lafuente y quien honró el cargo de ministra de Educación y Cultura (hoy de Ciencias) demostrando competencia, integridad y carácter nos lleva, de nuevo, a replantearnos esa preocupación que ya se volvió insistente: el estado en que se encuentra la educación paraguaya.

Preocupante en cuanto a contenidos curriculares, capacitación de docentes, infraestructura y construcción de la comunidad educativa. Los avances conseguidos en otros años fueron dilapidados por mezquindad o incapacidad para administrar con eficiencia los presupuestos básicos de una institución tan fundamental para el desarrollo integral de nuestro país. Dos períodos marcaron ese grave retroceso que obliga al próximo gobierno a centrarse como política de Estado en esta área tan sensible para todos. Esa primera nefasta etapa comprende del 2008 al 2013, y la segunda, desde el 2018 hasta la fecha.

Tanto Fernando Lugo como Mario Abdo Benítez colocaron a la educación en la trastienda de sus respectivos gobiernos. Durante la administración del primero de ellos hubo innumerables denuncias de corrupción que llegaron hasta la Justicia. La cartera pasó de mano en mano sin que pudieran materializarse sus objetivos, fines y metas. En el segundo caso, las designaciones fueron una burla para un ministerio que exige formación en especialidades que sean afines a su misión y función, convicciones éticas y capacidad de diálogo para trabajar en equipo.

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El señor Eduardo Petta fue una tragedia para la educación. Vivía alejado de su propia oficina, encerrado en otra que no era la suya, en un edificio diferente. No tenía la más remota idea de lo que tenía que hacer, ni pudo congeniar con aquellos colaboradores que le ayudaran a abrirle los ojos y mostrarle la línea a seguir. No toleró que alguien tuviera un conocimiento más exacto de los planes, programas y proyectos que debían ejecutarse. Así que en el primer conflicto se desprendió de su viceministra de Educación.

A pesar de su acción depredadora de los avances del pasado, Eduardo Petta se mantuvo en su cargo por los caprichos de un presidente de la República que nunca supo diferenciar el concepto de la planificación del de la improvisación. Igual que en las otras dependencias del Poder Ejecutivo. El entonces ministro gozaba además del respaldo de la senadora Desirée Masi, del Partido Democrático Progresista (PDP), para quien era mucho más importante mantener su cupo en el Gobierno que el futuro de la escuela, de los niños y de los jóvenes. Así, con un alto costo que seguimos pagando como sociedad, Petta se mantuvo en el cargo por más de dos años y medio, hasta que una ciudadanía harta de su negligencia salió a las calles a demandar su destitución. Pero se optó por la amistosa salida de la renuncia.

El bombo del cuoteo siguió girando en el Ministerio de Educación y Ciencias. Eduardo Petta es reemplazado por Juan Manuel Brunetti, una persona tranquila, casi anodina, quien previamente hizo una escala en el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicación (Mitic). Este cargo fue una prenda de negociación para que abandonara sus pretensiones de pugnar en las internas del Partido Colorado de cara a las elecciones municipales del 2021. Brunetti había incursionado en política de la mano de los hermanos Samaniego, Lilian (senadora) y Arnaldo (diputado). Con este último ya había trabajado como asesor en el área de turismo, en su tiempo de intendente de Asunción. Brunetti, no obstante, había lanzado su propio movimiento denominado Héroes Republicanos, que duró lo que tardaron en ofrecerle un cargo en el Ejecutivo.

Inicialmente, Brunetti iba a constituir una dupla con el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, Arnoldo Wiens. Sin embargo, terminó aceptando la precandidatura a vicepresidente, acompañando al aspirante presidencial Hugo Velázquez. Estuvo al frente del MEC exactamente un año. Una pasantía totalmente irrelevante, sin que la iniciativa de la transformación educativa haya madurado como proceso. Puede que sea una buena persona, pero no era la persona indicada para esas funciones. Lo sucedió un ingeniero agrónomo, Ricardo Nicolás Zárate Rojas, hijo de un ex ministro de Educación de profundas ligazones con el dictador Alfredo Stroessner. Por ello, no resultó extraño que al asumir el cargo haya pretendido justificar ante la historia a este régimen de represión y muertes.

Como podrá notarse, para el jefe de Estado, ufanarse de sus (supuestos) kilometrajes de rutas resultó más interesante que reformar el sistema educativo nacional. Y se irá del Gobierno dentro de un año y pico, para dejarnos la herencia lamentable de una educación en estado calamitoso, empezando por el déficit en materia de infraestructura que, en pleno siglo XXI, arrastra a miles de alumnos a seguir dando clases en la intemperie. Evidentemente, la educación será uno de los grandes desafíos del próximo presidente de la República.

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