No era la primera vez, pero a ini­cios del presente año exhor­tábamos con mayor ímpetu al presidente de la República, Mario Abdo Benítez, a que se disponga a gobernar lo poco que le resta de su man­dato. A gobernar en serio, no con la iner­cia de la sucesión de acontecimientos sin planes para enfrentarlos y revertirlos. Resultado determinado por el capricho de sostener en sus cargos a improvisados e incompetentes. A comprobados medio­cres y demostradamente corruptos que quedaban a la exposición pública por las constantes denuncias documentadas de los medios de comunicación. Aun así, muchos de ellos siguen incólumes en sus funciones de aprovecharse de los recursos públicos para beneficio propio. Nuestro urgimiento se fundamentaba en la crisis multiplicada por la que atraviesa el país y, más que nada, porque al jefe de Estado se le acaba el tiempo. Ese breve trecho que tiene por delante debió ser la oportunidad de amortiguar los impactos de la pobreza extrema, el creciente aumento de los índi­ces de desempleo, la caótica situación del sistema de salud pública, la educación estancada en su proceso de transforma­ción y la inseguridad que, como nunca antes en la transición democrática, nos convierte a todos en víctimas potencia­les de los criminales comunes y clanes organizados. Un esfuerzo final que podría haberle ayudado a moderar, aunque sea un poco, la desacreditada imagen que la gente tiene de su gestión. Una gestión devaluada en todas las áreas de la admi­nistración del Estado.

Desperdició un tiempo en el que tendría que haber convocado, tal como plantea­mos en su momento, a las mejores mentes del país, personas moralmente intacha­bles y con alta competencia en las dife­rentes áreas del quehacer público, para darle un enfoque multidisciplinario a los problemas que nos agobian, así como una solución que tenga visiones disparado­ras de conjunto. Pero no, el mandatario no solo no se esforzó por encontrar una salida a este brete económico que ha deterio­rado ostensiblemente la calidad de vida de todos los niveles sociales, en especial a las clases trabajadoras y a las que se encuen­tran en la línea de vulnerabilidad en los índices de medición de la pobreza, sino que optó por agravarlo. Acorralado por un entorno de adulones que le pinta una rea­lidad diferente a la que vivimos cotidiana­mente y, conociendo al Presidente, enso­berbecido en sus propios e imaginados logros, la nave sigue a la deriva.

A finales de los años 2018 y 2019 de la actual administración se dilapidaron los legados de índices macro y microeconó­micos, en permanente ascenso, que les había dejado el gobierno anterior. El cre­cimiento económico fue de cero y el déficit fiscal superó el tope del 1.5%, para llegar al 3% del producto interno bruto, pre­via aprobación del Congreso de la Nación. El gobierno de Abdo Benítez, a diferen­cia de otros períodos, nunca tuvo obstá­culos, ni en la Cámara de Diputados ni en la de Senadores, para aprobar todas las leyes que contribuyeran a sacar al país del pozo en que se encontraba. Como los 1.600 millones de dólares que le fue otorgado, casi como cheque en blanco, para enfren­tar la pandemia provocada por el covid-19. Alguna vez se conocerá el destino de estos fondos. Y los responsables de dilapidarlos tendrán que sentir todo el rigor de la ley.

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Los meses de gracia que le quedan a este gobierno expiran el 18 de diciembre de este año, fecha fijada para las elecciones internas simultáneas de los partidos polí­ticos que pugnarán, posteriormente, por la Presidencia de la República. Engolosi­nado con sus propias mentiras, creyendo que gozará del obsequio del pueblo de su asociación política, ahora intentará ganar la titularidad de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, violentando la Consti­tución Nacional, dibujándose una nueva crisis institucional en el horizonte. Su accidentada gestión, que aceleró la frus­tración de la ciudadanía en la satisfacción de sus necesidades más elementales, ahora se verá agravada por una campaña pro­selitista que absorberá el mayor tiempo del mandatario. Si ya no pudo gobernar cuando la situación le exigía que exhiba su condición de estratega, ahora será menos posible. Perdido en sus propias ambicio­nes, aumentará los servicios del Estado a su favor particular y al de su grupo sec­tario, aumentando, en contrapartida, el padecimiento de un pueblo que ya está pasando hambre. Mario Abdo Benítez per­dió, repetimos, su última oportunidad. La historia ya tiene el veredicto de su antici­pada condena.

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