El poder suele tener la perniciosa manía de desequilibrar hasta las mentes más disciplinadas. Quienes se dispongan a conquistarlo deben estar bien armados espiritual y emocional­mente. Con una firmeza que no esté confron­tada con las virtudes cardinales de la humani­dad. Mas la experiencia se encarga de exponer lo contrario a estos rasgos ideales de cualquier autoridad. Incluso aquellos que ostentan el bagaje de una buena y abundante lectura sobre las teorías del Estado terminan por ignorar el punto medio para inclinarse hacia el envane­cimiento, la arrogancia y la prepotencia. Por tanto, lo primero en perder es el dominio pro­pio, el sentido de la proporción, la razón argu­mentativa y empiezan a declarar enemigos a todos aquellos que contradigan su volun­tad, por más descabellada que fuera. Decisio­nes que, muchas veces, atentan directamente contra el fortalecimiento de las instituciones democráticas y los intereses del pueblo. La soberbia, sin embargo, no los hace retroceder y, menos que menos, reconocer sus errores. Los autócratas de actitud están por encima del resto de los mortales que cometen equivocacio­nes. Sus mentes distorsionan los parámetros de la normalidad y se sumergen en el espeso terri­torio donde la realidad está en constante dis­puta con la fantasía. La esquizofrenia y la bipo­laridad se ponen al alcance de la mano.

El coronel Albino Jara no era un militar impro­visado. Se había formado, incluso, en el extran­jero. Hombre de coraje. Designado ministro de Guerra y Marina por el presidente de la Repú­blica, Manuel Gondra, en noviembre de 1910, no tolera que su antiguo compañero –en ese entonces convertido en adversario– Adolfo Riquelme ocupara el cargo de ministro del Interior. Sublevación mediante, el 17 de enero de 1911 destituye al jefe de Estado y el coronel asume el cargo. Como Riquelme protagoniza la llamada “Insurrección del Norte” entre febrero y marzo de ese año, ya no había tiempo para organizar las celebraciones por el Centenario de la Independencia Nacional. Traslada enton­ces los festejos al 12 de octubre de 1913, fecha en la que, supuestamente, se produjo la “verda­dera independencia” habida cuenta de que en esa época el Congreso sanciona un reglamento de gobierno, organiza el Estado y designa en carácter de cónsules a Fulgencio Yegros y José Gaspar Rodríguez de Francia. Cuando el pue­blo se siente agredido en algo para él sagrado, no permanece pasivo. Las manifestaciones estudiantiles obligan a Jara a realizar varios actos el 14 y 15 de mayo de 1911. El 5 de junio, por otro procedimiento cuartelero, lo destituyen. Pero ya había dejado su impronta sobre lo que implica una mirada absolutista del poder.

Durante la dictadura de Alfredo Stroessner nadie respiraba sin su permiso. Y ordenó que cientos dejaran de hacerlo. Nombraban a las escuelas y colegios con los diferentes grados de su carrera militar: desde cadete a general. A una ciudad le pusieron su nombre (actual­mente Ciudad del Este). Y a un aeropuerto (hoy Silvio Pettirossi). Después de trece años de asumir el poder llamó a una Convención Nacional Constituyente de la cual participa­ron varios opositores, algunos colaboracionis­tas y otros de buena fe). Se incorporó la reelec­ción por un período más, contemplada en el artículo 173. El 1977 el dictador “enmendó” su error anterior y declaró el vitaliciado. El tota­litarismo cerró su círculo sobre el pescuezo de la República y el derecho a la vida y a la liber­tad del pueblo. Nadie podrá absolverlo de sus crímenes de lesa humanidad.

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Y las malas copias se reproducen a velocidad geométrica, mientras los buenos ejemplos son arrinconados. Así llegamos al actual presi­dente de la República, Mario Abdo Benítez, descendiente directo del estronismo, para quien su mandato, desde el primer día, fue la prolongación de las internas del Partido Colo­rado. Pareciera un pretexto para privilegiar en su gabinete a políticos que son declarados enemigos de la ANR que le llevó al poder. De hecho, como varias veces repitieron los líderes del movimiento que perdió en las internas del 17 de diciembre del 2017, nunca iban a recla­mar ni aceptar cargos dentro de este gobierno.

En los últimos días, Abdo Benítez recrude­ció su discurso contra sus adversarios. “No vamos a permitir que el Paraguay caiga en manos de delincuentes”, afirmó eufórico. En realidad, los más grandes delincuentes están dentro de su gobierno. Para fundamen­tar nuestra afirmación ni siquiera vamos a hurgar en nuestros archivos, donde podría­mos exhibir los grandes negociados del jefe de Estado y del vicepresidente de la Repú­blica a través de empresas amigas favoreci­das con irregulares procesos de licitación. Vamos a citar los titulares de diarios cole­gas: “Covax, la mayor estafa de la pandemia”, “Marito decide si entrega o no Petropar a los buitres”, “Reflotan fracasada operación con PDVSA para más saqueos”, “La deuda pública aumentó en más de 6.000 millones de dóla­res con este gobierno”. “El sicariato se apo­deró del Paraguay”. Su último blooper, con resonancia internacional, fue decretar que el feriado por el Día de los Trabajadores pasara al 2 de mayo. La principal evidencia para detectar autoritarios es no aceptar las críti­cas. En cada palabra se percibe que al Presi­dente se le atora en la garganta.

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