Advertir a la población que Mario Abdo Benítez, a esta altura de su mandato, es absolutamente incompetente para ejercer la Presidencia de la República ya resulta un pleonasmo. Un añadido innecesario. Una redundancia que ni hace falta explicar porque ya viene incorporada a la figura del actual jefe de Estado.

El ingenio popular –no sus adversarios políticos– antes de concluir los cien días ya colgó de su gobierno la etiqueta de “desastre”. El resultado lógico de la carencia de idoneidad es el desastre. El déficit intelectual para desarrollar las funciones específicas inherentes al cargo tiene el inapelable destino del fracaso. Lo peor es que constantemente agrede a la sociedad en su capacidad de reflexión y de razonamiento. Hasta en su sentido común. A un año y retazos para concluir su período pretende hacernos creer que sus estadísticas superan los logros de las administraciones anteriores.

En puridad no es una cuestión de competencias, sino de resultados. Y los pésimos resultados son abultadamente visibles. Miles de familias se ubicaron debajo de la línea de la pobreza extrema. Miles de trabajadores han quedado sin empleo. La educación se ha degrado a sus niveles más paupérrimos. La salud pública está intubada. Y la seguridad es prisionera de los delincuentes.El asesinato por encargo ocurrido en el anfiteatro José Asunción Flores de la ciudad veraniega de San Bernardino también se cobró una víctima inocente, que fue el hecho que provocó la repulsa ciudadana. Pero, además, ha desnudado la precariedad del sistema de salud, con un servicio de ambulancias que actuaba ilegalmente y sin los mínimos equipos para auxiliar en casos de gravedad, así como la realidad de centros supuestamente asistenciales que estaban en deplorable estado.

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Evidenció, por otro lado, el relajo de la Policía Nacional, que se mantuvo distante de un espectáculo público que aglutinó a casi veinte mil personas. Entre ellas, a criminales perseguidos en sus propios países y que vivían tranquilamente en el nuestro, bajo las narices del esquema de (in)seguridad y de informática del ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, un hombre absolutamente carente de principios y de valores, porque si los tuviera su renuncia debió ser inmediata e indeclinable. La renuncia no es denigrante cuando uno asume las propias debilidades que le impiden ejercer un cargo. Pero, no, más que nunca se aferra a su sillón de burócrata ineficiente. Apremiado por las circunstancias, ahora anuncia pomposamente que hará “cambios estructurales” en el sistema de seguridad. Ese tuvo que ser su trabajo el primer día que asumió sus funciones. Su desconocimiento de lo que debía hacer está arrastrando a nuestro país a un tiempo de zozobra nunca antes vivido. Salvo durante la dictadura. Ahora, lo más probable es que tenga que escaparse por la puerta de atrás ante la ira o el voto popular que, más temprano que tarde, le pasará factura a esta cofradía de corruptos.

Arnaldo Giuzzio, aparte de mediocre, no es la persona honesta que quieren proyectar a la sociedad él mismo y sus adulones mediáticos. Bajo el argumento de “persecución política”, se niega sistemáticamente a demostrar cómo puede tener más bienes de lo que sus ingresos le permiten. En el monumental intento de estafa al Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, en plena pandemia, el equipo especial liderado por Giuzzio llegó a la conclusión de que no hubo daño patrimonial, cuando la sociedad estaba esperando un veredicto furibundo y ejemplar para castigar a los corruptos.

El vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, en plena campaña para las internas de su partido (Colorado), marcadas para el 18 de diciembre de este año, nos salió con la vieja excusa de que las estadísticas demuestran que la seguridad ha mejorado y que la inseguridad apenas es una sensación. Tamaño disparate, sin embargo, es útil para conocer la depreciación moral de quien quiere ser, nada menos, que presidente de la República.

Increíblemente, aquellos medios que abogan por un “país libre de mafias” son los que apoyan al irresoluto y estulto ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, y celebraron que no haya prosperado el juicio político en la Cámara de Diputados. Con ello, el crimen organizado, que ha crecido brutalmente en el último año, tiene las puertas abiertas para seguir operando impunemente. Este secretario de Estado tiene a su cargo la seguridad interna del país. Su gestión manchada de asesinatos, asaltos fatales en las calles y sicariato no fue suficiente motivo para removerlo del cargo. Nadie consideró que solo por azar se pudo detener a los dos criminales que estaban en el trágico concierto.

La ceguera de estos medios, en complicidad con la seudooposición, ha reducido el drama, que hoy golpea hasta a gente inocente, a un conflicto interno dentro de la Asociación Nacional Republicana, mirando exclusivamente réditos políticos a futuro. Ganar o seguir en algunas bancas vale más que una vida humana. En esa lista se inscribe Arnaldo Giuzzio. Serán cómplices de cuanto pueda ocurrir mañana por la absoluta inoperancia del ministro del Interior. El pueblo no les perdonará. Nosotros nos encargaremos de que así sea. Tanta miserabilidad deberá tener su respuesta de repudio ciudadano.

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