Asaltos a ciudadanos y comercios perpetrados a balazos, robo de vehículos y fiebre de sicariato aumentan sin dar tregua a la gente mientras el ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio, continúa al frente de la cartera con una gestión equivalente a la de un barco a la deriva.

El secretario de Estado se había puesto un plazo de 60 días para bajar la ola de la delincuencia, pero a la vista de todos está que nada ha mejorado. Al contrario, a medida que se acercan las fiestas de fin de año, los ladrones sean marginales como de alto vuelo demuestran con sus “hazañas” la buena salud del oficio.

Un año perdido en materia de seguridad, eso es indiscutible. El 7 de setiembre pasado, el ministro Giuzzio había señalado a la prensa en uno de sus tantos momentos candentes por la incontrolable inseguridad de que si la situación no mejora en 60 días no se resistiría a dejar el cargo. “Si no hay resultados, vamos a dar también un paso al costado. La exigencia es generar resultados para todos y nosotros a todas aquellas dependencias”, dijo en esa ocasión.

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Se cumplió el plazo, la seguridad está en terapia intensiva y tampoco hay esperanzas de que mejoren las cosas. La prensa refregó en la cara al ministro su discurso debido a la seguidilla de robos y asaltos.

El protagonismo de la gestión de Giuzzio ha sido pobre desde que asumió el cargo de ministro del Interior. Las huelgas tan recordadas como las de camioneros e indígenas al frente de las plazas del Congreso Nacional dejaron por el piso cualquier medida de seguridad de crisis que se pudiera haber manejado desde el Gobierno.

Giuzzio incluso había realizado movidas en la Policía Nacional para consolidar el equipo y fortalecer las estrategias en setiembre pasado. Sin embargo, un mes después se había desatado una crisis interna en la que su viceministro de Seguridad Interna acusaba al comandante de faltar el respeto a la Constitución Nacional.

Una semana después del percance interno entre los altos colaboradores también se habían manifestado contra sus desorientados traslados de personal a la zona de Pedro Juan Caballero, de modo de apagar incendios por los casos de sicariato. Familiares de uniformados incluso habían reclamado la “lavada de manos” por parte del ministro.

En medio del denso contexto institucional también saltó que además de los roces entre sus colaboradores no se ejecutó un maravilloso proyecto de Gestión Integrada de Seguridad Ciudadana entregada en bandeja a las instituciones involucradas, ya que el Congreso aprobó un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de US$ 20 millones para ello. Los escraches no se hicieron esperar en redes y las intervenciones de los medios sacaban a la luz otra triste realidad: el 60% de las cámaras de seguridad del Sistema 911 no funciona.

La lista de casos de delincuencia e inoperancia es interminable y la desidia pareciera eterna si se continúa con esta gestión sin señales de estrategias.

En el último mes, los asaltos con derivación fatal como los atentados han copado de vuelta los portales de los medios y las redes sociales. El colmo del quiebre fue la viralización de un video este fin de semana pasado en el que aparecen dos jóvenes disfrutando en el interior de una camioneta de la Policía, bebiendo y fumando, mientras hacían comentarios de burla hacia la ciudadanía.

La deficiente gestión de Giuzzio es un tema que después de mucho tiempo ha generado un consenso de opinión, en el que la ciudadanía en general, así como políticos de todos los colores (excepto los aliados del Gobierno), coinciden en que el ministro debe apartarse del cargo.

La llegada de fin de año puede ser patética si seguimos en las mismas condiciones de inseguridad y desborde de violencia. Es momento de parar la pelota y meter a la cancha jugadores ágiles e inteligentes que sepan cómo ganar los siguientes partidos contra los delincuentes, ya que el técnico que tenemos en el Ministerio del Interior está totalmente perdido.

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