Ningún gobierno de la transición democrática –de la cual nos cuesta egresar– abusó tanto de la educación como la actual administración. Como los resultados concretos del proceso de enseñanza-aprendizaje solo son percibidos en futuras generaciones, siempre se ha dado prioridad a las acciones que puedan deslumbrar por la rapidez de lo s efectos visuales, por ejemplo, las obras de infraestructura.

Por eso el presidente de la República no pierde ocasión para ufanarse de los kilómetros de rutas supuestamente asfaltadas, y cuya medición alguna vez habrá de comprobarse, pero no cuenta entre sus logros la cantidad de escuelas y colegios construidos, reparados y totalmente refaccionados. Es más, edificios de emblemáticas instituciones del pasado se están derrumbando o deteriorando aceleradamente. Edificios que son el reflejo fiel de la condición en que hoy se encuentra el sistema educativo nacional.Desde los tramos finales de la dictadura de Alfredo Stroessner, el Ministerio de Educación y Culto (luego y Cultura, luego y Ciencias) pretendió ser el trampolín para saltar al Palacio de López.

Lo intentaron Carlos Ortiz Ramírez, Ángel Roberto Seifart, Horacio Galeano Perrone y Nicanor Duarte Frutos. Este último alcanzó su objetivo en su segundo periodo como ministro (1999-2002), durante el gobierno de Luis Ángel González Macchi. Precisamente, durante la gestión de Duarte Frutos, la candidata que perdió en las elecciones generales del 2008, Blanca Ovelar, también emergió de la mencionada secretaría de Estado. Y en el juicio objetivo que nos concede el tiempo fue, probablemente, la mejor ministra de Educación, con Marta Lafuente, de las últimas décadas. Que ambas sean mujeres puede ser una simple coincidencia, pero donde no tenemos dudas es que las razones de sus éxitos radican en la formación académica, la estrategia pedagógica, la honestidad administrativa y la visión política.

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Esa visión política implicó la despartidización de los ámbitos técnicos, lo que a la señora Ovelar le costó ser resistida por las bases del Partido Colorado, y que la señora Lafuente fuera patoteada por un senador en su propio despacho. Aunque, si mal no recordamos, posteriormente el legislador se disculpó. Ambas combinaron los tres elementos fundamentales para una buena gestión en cualquier función pública: lo técnico, lo estratégico y lo político.

De los nombramientos desatinados en los círculos de confianza del presidente de la República –facultad amparada por la Constitución Nacional (para los nombramientos, no para los desatinos)– el de Eduardo Petta San Martín al frente del Ministerio de Educación y Ciencias fue, quizás, el peor de todos. Desorientado en un espacio totalmente desconocido para él, tampoco dejó que nadie lo ayudara. Es más, se desprendió de aquellas personas técnicamente calificadas que pudieran representar una sombra para sus aspiraciones. Eligió el modelo de la confrontación con estudiantes, líderes sindicales y sus propios colaboradores. Ni siquiera hacía oficina en su despacho, sino en otra dependencia ajena a la cartera.

Bajo su administración se publicaron textos con errores y recomendó a los docentes que sea parte de la tarea de los alumnos encontrar esos errores. Y, por último, en la edición homenaje por los cincuenta años del libro “Semillita”, del primer grado, suscribe un prólogo que alguna vez deberá aparecer en la antología de los disparates narcisistas. “El material así concebido es aprobado por resolución ministerial Nº 35 del 6 de febrero de 1970, curiosamente el día exacto de la historia en que nace el actual ministro de Educación Eduardo Petta San Martín”. Firmado: Eduardo Petta San Martín.

Protegido por dirigentes de la oposición, particularmente el Partido Democrático Progresista (PDP) –uno de los aliados más fuertes del jefe de Estado– el señor Abdo Benítez se mostró renuente a cambiarlo a pesar de los ostensibles y repetidos fracasos de su “hombre de confianza”. Desde el 15 de agosto del 2018 era una de sus fichas, juntamente con Arnoldo Wiens, para sucederle en el poder de la República. Hasta que cercado por la presión ciudadana que ganó las calles, ya con actos de violencia, el mandatario decide destituirlo en marzo del año pasado. Pero la educación no ha cambiado su mala fortuna.

Es posible que nadie dude de la bonhomía que adorna el carácter del actual ministro de Educación, Juan Manuel Brunetti. Su trato cordial con la gente. Pero se necesitan otros atributos para dirigir este ministerio en un momento tan crucial como el que vivimos ahora. En que la pandemia vino a destrozar la normalidad de nuestras vidas al tiempo de encararse un Plan Nacional de Transformación Educativa. Debemos volver a lo básico, pero imprescindible: lo técnico, lo estratégico y lo político. Para cerrar el círculo, cada vez son más fuertes los rumores de que el ministro Brunetti podría ser una de las alternativas como precandidato a presidente o vice, del señor Abdo Benítez de cara a las internas coloradas del año próximo. La educación, que ahora está rengueando, podría volver a su estado de parálisis total.

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