Uno puede ocupar los más eleva­dos cargos, políticos y públicos, pero sin ninguna relevancia para la sociedad ni para la institución. Sin aportes significativos que puedan registrar la memoria colectiva. Es porque carece de los más elementales méritos intelectuales, aca­démicos y morales para concertar esa respon­sabilidad que las funciones demandan con la preparación para ejercerlas. El producto final de ese inevitable desequilibrio es la ineficien­cia productiva, la negligencia burocrática y el desorden administrativo.

Entonces, el contribuyente-ciudadano es burlado en sus expectativas y defraudado en los servicios que espera recibir. El ciudadano-elector, por su lado, asiste frustrado al bochornoso espectáculo cotidiano de sus representantes por los que –para­dójicamente– no se sienten representados. Pare­ciera el triunfo definitivo de los hombres y mujeres sin carácter y sin virtudes.

En ese ambiente crecen desenfrenadamente la cha­tura y la inescrupulosidad como arbustos veneno­sos que contaminan todo el cuerpo social. El daño que están haciendo al Paraguay tardará en repa­rarse. Sus efectos destructivos continuarán impac­tando en las próximas generaciones. Por eso, ahora hay que ponerles freno.

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La respuesta de la senadora Lilian Samaniego ante la consulta “oportuna” de una periodista sobre las razones por las que le gustaría que su colega Víctor Ríos integre la Corte Suprema de Justicia es digna de figurar en la antología de los disparates: “Para moles­tarle un poco a Horacio Cartes”, refiriéndose al líder del Movimiento Honor Colorado. O pudo ser cual­quier otro que se haya opuesto a la designación de Ríos a la máxima instancia de nuestra magistratura. Por ejemplo, el presidente de la Asociación Rural del Paraguay, el titular de la Cámara de Anunciantes del Paraguay, de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) o del Colegio de Abogados del Paraguay.

No importa, por ende, a quién haya querido incor­diar, sino el nivel de su nerviosa respuesta. Un nivel que evidencia el infantilismo mental de alguien que se ufana de sus raíces republicanas, pero cuya doctrina es agredida a cada paso por su inveterado hábito de medrar a costa del Estado sin aportar una sola idea que pudiera contribuir al desarrollo social y económico de nuestro pueblo.

En ámbitos administrativos –Instituto de Previsión Social– enfrentó cargos por corrupción. Y ese brazo largo de la corrupción volvió a ponerla en el centro de la escena de un intento de estafa al Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social en plena pandemia.

En su condición de presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado presionó fuerte­mente al Poder Ejecutivo, haciendo campaña siste­mática contra los cancilleres de turno, con el pro­pósito de ubicar en dicho cargo a su pareja, Jorge Antonio Coscia Saccarello, quien actualmente funge de cónsul general en la ciudad brasileña de Foz de Yguazú. Hay que reconocer, sin embargo, que en algo es coherente: siempre es oficialista, desde la época del dictador Alfredo Stroessner hasta hoy. Incluso en el periodo en que Fernando Lugo era el presidente de la República y ella ejercía la titularidad de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana.

El problema de la mediocridad es ya expansivo. El Poder Ejecutivo se ha empecinado en nombrar a personas no aptas para funciones claves dentro del Gobierno. Aplicando sus acostumbrados galimatías, el presidente de la República Mario Abdo Benítez explicó que “los cargos de confianza son cargos de confianza del Ejecutivo, cuando uno tiene una ges­tión, delega su gestión a través de una delegatura que genera confianza”, aclarando que los de rangos infe­riores no deben tener temor porque “nosotros no les vamos a perseguir a nadie”, añadiendo que le ganó “a toda una estructura que sí persiguió gente”. Se olvidó, probablemente por una acción involuntaria, que su hermano materno Benigno López era parte de su campaña política mientras se desempeñaba como presidente del Instituto de Previsión Social sin que nadie le molestara por eso.

Y ahora van nuevamente por recuperar el anterior sistema de elección de los legisladores que solo ha traído decepciones a nuestro pueblo. El efecto de la mediocridad terminó avasallando a los pocos parla­mentarios que honran la razón, la ética y el conoci­miento. Tenemos que lamentar que la charlatanería, el discurso sin contenido, la opacidad de las mentes y las inmoralidades repetidas se apoderaran de los espacios de poder. Y, principalmente, de ese lugar donde la certeza de la palabra y la conducta regida por los intereses del país deberían constituirse en eje de todas las manifestaciones de sus miembros: el Congreso de la Nación.

Contradictoriamente, es ahí donde más se perciben estos vicios y limitaciones. Por la exposición pública permanente. Ahí donde se deciden cuestiones fun­damentales para la República la norma es el balbu­ceo monosilábico. Por eso algunos temen a las listas cerradas y desbloqueadas. Porque es inminente el peligro de quedarse afuera ante la opción preferen­cial de elegir a los mejores. Y les atormenta que ya no podrán exhibir sus ínfulas de pavo real que es la con­secuencia lógica de ignorar su propia ignorancia.

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