Los que construyeron lealtades desde el poder, al final de sus mandatos se quedaron en la más absoluta orfandad. Solos, hundidos en el atronador silencio del abandono por parte de aquellos que juraron fidelidad eterna. Ya ni siquiera son capaces de sostener sus propios movimientos políticos. Al romperse la sucesión entre gobiernos afines, aunque sean dentro del mismo partido, la diáspora se torna incontenible.

Los declarados “fieles”, en abrumadora mayoría, migran a otras carpas. La supervivencia presupuestívora era lo único que los mantenía unidos. Para evitar esa fuga masiva de los adherentes por conveniencia, que les son funcionales para seguir manteniendo sus espurios privilegios, creen encontrar la clave en la continuidad de sus proyectos antipopulares y demagógicos en que la justicia social es bastardeada desde el discurso y deshonrada en la acción práctica. Nos estamos refiriendo específicamente, repetimos, a los liderazgos articulados desde el poder y fundados exclusivamente en el premio y castigo, a la vieja usanza de los caudillismos del siglo XIX. Con un lenguaje igualmente caduco para resolver los acertijos del presente y las demandas del futuro.Las lealtades proclamadas desde la prebenda, el chantaje y la intimidación terminan, como dijimos al principio, en una ruidosa estampida cuando se acaba el poder.

Tenemos ejemplos concretos en nuestro medio. Pero esa otra lealtad, la que es sostenida desde el buen trato, la cordialidad, la solidaridad con el prójimo (pero con recursos propios, no con fondos del Estado) y la respuesta considerada hacia el otro –sin que ello implique debilidad a la hora de las respuestas firmes–, esa lealtad es la única que sobrevive. También tenemos ejemplos concretos. Pero vayamos a lo práctico. Dentro de la Asociación Nacional Republicana, todos los movimientos políticos que llevaron al poder a los ex presidentes de la República han desaparecido físicamente. Solo existen en los papeles. La única excepción es Honor Colorado, creado durante el período de llanura del Partido Colorado. Llanura a la que fue condenado por la agresividad discursiva, la soberbia y la traición. Esos desequilibrios emocionales fueron el perfecto equilibrio para la derrota. Y fue, precisamente, de la mano de ese movimiento que los republicanos volvieron al poder. En diciembre del 2017, su candidato a la Presidencia de la República, Santiago Peña, perdió las internas frente al actual jefe de Estado. Lejos de desaparecer ante dicha adversidad, demostró una gran vitalidad en las últimas internas municipales. Todo cuanto aquí decimos es una simple descripción de la realidad. Cualquiera con dos dedos de frente puede corroborarla. Solo la manifestación neurótica del fanatismo puede ignorarla.

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Algunos ex mandatarios se retiraron de la política. Otros crearon sus propias estructuras movimentistas y fracasaron. Se diluyeron por falta de electorado. A pesar de la contrariedad del 2017, Honor Colorado tiene proyectado candidatos para las internas del año próximo. Del resultado de esas internas depende la supervivencia del grupo oficialista Añetete. El experimentado senador colorado Juan Carlos Galaverna sostuvo días atrás que dicho movimiento, del cual fue fundador en su momento, ya “se encuentra orgánicamente desaparecido”, adjudicando la responsabilidad de ese hecho al señor Mario Abdo Benítez.

De ahí la necesidad de clarificar qué se entiende por verdadera lealtad en política. No es la que solo dura mientras duran los gobiernos. Sino la que se proyecta en el tiempo sin el soporte del Estado y sus recursos. El resto es complicidad para saquear el Tesoro. La desesperación por continuar con este esquema delictivo de enriquecimiento privado con fondos públicos se percibe en los desaforados discursos a los que ya nos tienen acostumbrados los referentes más nefastos de este gobierno. Hombres que nunca han trabajado, pero que acumularon una interesante fortuna sin más profesión que la del político.

No sabemos si es por simple desparpajo para alterar valores y principios, o conciencia cauterizada por los casos repetidos de corrupción, ya asumidos como normales, o delirio mitómano de creer sus propias mentiras, pero no deja de sorprender que algunos voceros de este gobierno pontifiquen sobre la honestidad que desconocen, porque todo lo que tienen es el resultado de un sistemático y alevoso robo al Estado, nepotismo y venta de influencias. Con un patrimonio, insistimos, cuyo origen jamás podrán demostrar. Estos traficantes de lealtades deberían aprender que quedarse solos es su destino. Sin más compañías que sus riquezas mal habidas. Sin vida social. Porque su única convicción es el uso del poder para beneficio propio y familiar, su única esperanza es seguir viviendo bien sin trabajar, su única lealtad es con la complicidad para continuar robando al Estado. Afortunadamente, el pueblo sabe quiénes son sus verdugos.

Etiquetas: #Robo al Estado

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