El papel de los partidos políticos está permanentemente en debate. Uno de los primeros errores conceptuales es englobar a todos los partidos por igual, introducirlos a todos en una misma bolsa cayendo en el común lugar de la generalización no contribuye a los efectos de cumplir con uno de los requisitos a los que debería aspirarse: elevar la calidad del debate. Los partidos políticos no son todos iguales, incluso pudiendo tener ciertas similitudes entre sí.
En Paraguay, los partidos podrían ser clasificados entre aquellos institucionalmente fuertes, cuya tradición ha sabido lograr una profunda permeabilidad en las costumbres sociales y comunitarias, interpretando el sentir nacional y a la par, proponiendo alternativas de escenarios futuros, de acuerdo al marco referencial de la agrupación política y sus respectivos liderazgos. Son los partidos que no solo hablan de República y democracia, sino que además la llevan a la práctica ejercitando de manera usual el músculo en unas elecciones internas donde se dirimen visiones y liderazgos que pueden ser disímiles, pero al concluir el proceso interno los ganadores reciben el apoyo de todo el partido en su conjunto y eso les da un valor diferencial tanto desde la estrategia como la táctica, al momento de las elecciones generales.
Otro elemento visible a los efectos de su dinámica interior es el de tener la capacidad de observar, captar y conquistar a nuevas figuras que le van dando permanente renovación, a la par la conquista de espacios de jóvenes y mujeres es absolutamente una cuestión de esfuerzo, trabajo, disciplina y militancia. Este modelo descrito es el aplicado por aquellos partidos que, siendo tradicionales han sabido interpretar los cambios que los tiempos les fueron exigiendo para mantenerse vigentes a pesar de haber pasado siglos desde su fundación. Es el modelo que hace que siempre estén varios pasos adelante. En frente se podrá observar a los llamados partidos de maletín.
No pasan de ser una reunión familiar, como una mesa de domingo al mediodía. Espacios en los cuales las elecciones internas son una fantasía, por consiguiente, los liderazgos tienen una extremadamente baja capacidad de renovación. Con su debilidad institucional y sin la capacidad de generar sentido de pertenencia real, terminan condicionados a las individualidades que logran acceder a las Cámaras del Congreso Nacional. Terminan siendo simples instrumentos del oportunismo electoral de esas individualidades, sin otro objetivo más que el de recibir el subsidio y el aporte que les asignan el Código Electoral y los resultados de las elecciones.
Paradójicamente, son estos los que se llenan la boca de una visión de República y democracia que no pasa de grandilocuentes intervenciones en medios de comunicación y redes sociales donde cuestionan a los partidos tradicionales y sus liderazgos. Todo esto en un escenario de la más absoluta hipocresía. Las últimas elecciones fueron una validación de que la ciudadanía reconoce las diferencias entre los partidos fortalecidos institucionalmente y aquellos que no pasan de ser partidos de maletín. Las próximas, probablemente sean la ratificación de un tema que se considera transversal en todas las democracias: los partidos institucionalmente fuertes son los que señalan a los ciudadanos un nuevo rumbo de futuro posible para el Paraguay.