A veces, desde la soberbia del pensamiento encerrado en una torre de cristal, alejado de la realidad que se construye diariamente, se menosprecia el eventual comportamiento de un pueblo sencillo como el nuestro. Un pueblo que hace rato apostó por la paz, por la convivencia pacífica y armónica –la que no elimina las controversias de ideas–, y, contrariamente, rechaza el lenguaje del odio, del rencor y del revanchismo. Rechaza, con más razón, la violencia física. Entonces, se formulan especulaciones antojadizas, partiendo de la ceguera de los propios intereses o ambiciones sectarias, que terminan siendo castigadas por la contundencia de una verdad que se fundamenta en los hechos consumados. Pero esa obsesión, casi desesperada, de algunos representantes de la oposición partidaria y, principalmente, de los militantes de las redes sociales –más algunos periodistas–, por abrir una línea divisoria insalvable dentro de la sociedad, con una fuerte carga de irreconciliable hostilidad, ha fracasado rotundamente.
La gente aprendió más rápidamente que estos voceros de la opinión ajena que vivir en comunidad obliga a los diferentes sectores partidarios a tratarse como adversarios, pero no como enemigos. Son vecinos, compañeros de trabajo, amigos de la canchita de fútbol, miembros de una misma comisión de fomento del barrio que no arrastran hasta sus actividades cotidianas el ambiente agresivo que trataron de instalar algunos de sus dirigentes.
Intelectuales derrotados por el fanatismo y diletantes con ínfulas de oráculos infalibles han pretendido masificar una etiqueta fascista para un tiempo democrático: la proscripción de un partido político legalmente instituido y convertir en parias a sus afiliados. Es la expresión más clara de la discriminación por parte de quienes dicen luchar por el pluralismo y el respeto a nuestras diferencias, en sus múltiples facetas.
Ante la dificultad de derrotarlo por la vía del único camino que reconoce el Estado de derecho, las elecciones libres, han procurado hacerlo a través de una campaña de intimidación social que mantenga a los adherentes del Partido Colorado encerrados en sus casas y lejos de las urnas. Con algunas corporaciones mediáticas como aliadas, el foco de todas las batallas fue la ciudad de Asunción. La lucha por ganar la Intendencia municipal. Centraron sus expectativas en una victoria indiscutible, arrolladora, que pudiera servir de catapulta para las elecciones generales del 2023.
El hashtag “ANR nunca más” fue una consigna de autocomplacencia mutua entre quienes apelaron a la política del odio para derrotar a un adversario común. En ese conglomerado variopinto, transformado en alianza, subestimaron el oficio de poder que tiene el electorado republicano.
Profesionales de diversas áreas, transformados en analistas políticos por la generosidad de algunos medios, han insistido hasta el hartazgo que fue tal el éxito de la campaña que los candidatos colorados de Asunción, léase intendente y concejales, han obviado de sus propagandas las siglas de la Asociación Nacional Republicana. Que solo se “animaron” a visibilizar la Lista 1.
Quizás alguien que llegara de visita, y por primera vez, a nuestro país desconocería la conexión indisoluble que existe entre el Partido Colorado y la Lista 1. Únicamente en el fanatismo obnubilador y la manipulación grosera de los acontecimientos reales –en la ansiedad de fijar el eslogan en la mente de los asuncenos– pueden encontrarse alguna explicación a ese salto de la reflexión criteriosa a la desenfrenada irracionalidad.
La victoria del colorado Óscar “Nenecho” Rodríguez en la ciudad capital viene a corroborar una lección que los opositores tercamente no quieren aprender: el ataque indiscriminado a la Asociación Nacional Republicana suele tener un efecto contrario. Su electorado se siente agredido y reacciona en consecuencia. Un electorado, como dijimos al principio, compuesto en su gran mayoría por gente sencilla, gente a la que no impresiona ningún hashtag, que no interactúa en las redes sociales, pero a la hora de votar cumple con su deber cívico, consciente de que su partido, a pesar de los errores de sus hombres, sigue siendo la mejor opción para sus comunidades.
Ya vendrán después las explicaciones de los arúspices que creyeron desentrañar los secretos de la política criolla: que la campaña de anulación de la ANR funcionó en varias ciudades del interior del país –aunque se haya centrado casi exclusivamente en Asunción–, que el clientelismo sigue fuerte, que la gente no tiene conciencia cívica, que vende su futuro, subestimando siempre la libertad para elegir del electorado republicano. Pero la realidad es que toda la artillería opositora se centró en Asunción. Y es ahí donde los colorados derrotaron a una alianza conformada por el Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Democrático Progresista, el Partido Patria Querida y el Partido Encuentro Nacional, entre otros. Y al promocionado hashtag “ANR nunca más”.