Países de las más diferentes latitudes del mundo están tomando medidas para ir saliendo de las diversas etapas de confinamiento a que los ha sometido la cruel pandemia del coronavirus. Tanto en Europa, América como en Asia, los gobiernos están reabriendo sus fronteras y comenzando el intercambio de personas, además de intensificar el comercio internacional de grandes proporciones que también fue golpeado. Es que la comunicación física presencial es insustituible y constituye un paso decisivo para retornar a la normalidad habitual que se vio impedida de manera forzosa por la contingencia sanitaria.
Por eso es que, cuando en octubre del año pasado se reabrieron las fronteras entre Paraguay y Brasil, un aire fresco recorrió las calles de las ciudades fronterizas. Porque volvían a entrar y salir los ciudadanos de ambos países. Resucitaron los negocios que viven de ese intercambio. Y la economía de las zonas limítrofes se fue reavivando para la alegría de sus habitantes que así podían volver a asegurar su sustento. Como antes. Y como debió de ser siempre, si no venía la terrible conmoción de la enfermedad.
Volver a reabrir la frontera con Brasil fue relativamente fácil, porque sus autoridades demostraron un sentido práctico en sus decisiones. Comprenden que las únicas enfermedades que se trasmiten por las fronteras son la incomunicación y la falta de oportunidades para hacer negocios en que ganan propios y extraños.
Con la Argentina, cuyas autoridades son conservadoras en la materia, la historia ha sido diferente. Se han cerrado rígidamente los pasos fronterizos fluviales y terrestres desde marzo del año pasado para evitar la entrada de la enfermedad que ya padecían. Aunque dejaron la posibilidad de ingresar en su territorio por vía aérea, como si el virus no pudiera viajar en avión. Hasta la primera quincena de setiembre del 2021 no han resuelto posibilitar el intercambio binacional con nuestro país, a pesar del pedido de las autoridades paraguayas.
En las últimas semanas, la Cancillería Nacional ha realizado gestiones con los gobiernos provinciales argentinos fronterizos y con la administración federal de Buenos Aires. El pedido ha sido restablecer la comunicación física por los puestos y lugares de paso habitual tomando todas las precauciones exigidas por el cuidado de la salud. Y de ese modo caminar hacia la reapertura total de las fronteras de ambos países para el tránsito de las personas y el paso de las mercaderías del régimen de pacotilla.
Altos funcionarios de Relaciones Exteriores y de Turismo han visitado Salta y Formosa, capitales de las provincias del mismo nombre, para realizar las gestiones encaminadas a terminar con el cepo fronterizo argentino. Con Salta se firmó un acuerdo de intercambio turístico que, obviamente, sería impensable con el bloqueo. También se está conversando con las autoridades de la provincia argentina de Misiones, que en principio se mostraban renuentes a la reapertura si no aumentaba el porcentaje de vacunados en el lado paraguayo.
En las negociaciones con las autoridades argentinas no se pueden desconocer ciertas características de algunos sectores de ese país, como cierto afán de subestimar a pobladores de algunas naciones del continente. El prurito de que los argentinos descienden de los barcos venidos de Europa mientras los habitantes de los otros países vienen de algunas tribus indígenas señalado por el presidente argentino Alberto Fernández pinta de cuerpo entero la arrogancia de ciertos grupos de ese país. Esto no siempre ayuda a la hora de hacer negociaciones que implican el paso de personas de otros países por su territorio. Aunque, justo es decirlo, la Argentina, con generosidad, cobija y da trabajo a millones de paraguayos, bolivianos, uruguayos y chilenos.
Cerrar las fronteras con alambradas, muros y otras medidas prohibitivas siempre fue un castigo contra la libertad de los pueblos y una clara señal de opresión. Por eso volver a abrirlas, aunque no haya habido muros físicos sino políticos y administrativos, tiene un aire de liberación inconfundible. Es la mejor señal de que se está dejando atrás un lamentable capítulo de nuestras vidas y poder volver al encanto cotidiano de la normalidad.
Porque el encierro, por la causa que fuere, no solo es anormal y represivo, sino también una agresión a la libertad de las naciones y de los individuos que las habitan.