Los dos hechos violentos ocurridos recientemente en el norte del país en que murieron cinco paraguayos, por efectos de la fuerza, han sacudido fuertemente la sensibilidad de la ciudadanía que está actualmente anestesiada por los problemas de la pandemia. Ambos sucesos han servido para recordarnos que somos un país que está todavía sometido a la amenaza de grupos criminales que con el pretexto de intereses ideológicos y políticos apuestan por la muerte y la violencia sin sentido.
Nos ayudan también para señalar con claridad que la apuesta ciudadana no está en matar ni en destruir, sino en construir todos juntos un país de hermanos en el que podamos vivir unidos labrando el bienestar de las mayorías.
El paraguayo que lucha día a día en el fragor del trabajo para conseguir dignamente el pan cotidiano y conquistar sus afanes de progreso se ha visto de nuevo golpeado por la actitud de los violentos. Se ha sentido nuevamente crispado por los insensatos propósitos de unos maleantes que creen que con la ferocidad de las armas se puede conseguir el fervor popular y el mando político del país.
El jueves 29 de julio, a media tarde, los asesinos que gustan escudarse detrás de una estúpida sigla hicieron volar un vehículo de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) en un camino vecinal de la estancia Pa’i Cuara, en las cercanías del límite entre los departamentos de San Pedro y Amambay. En el ataque murieron por efecto de la terrible explosión tres sargentos militares que viajaban en el vehículo.
Tres días después, el domingo 1 de agosto, al atardecer, efectivos de la FTC abatieron a dos presuntos guerrilleros con quienes se enfrentaron en una zona rural que estaban rastreando, en el distrito de Horqueta, Concepción. Los caídos serían miembros de otra de las agrupaciones que se mueven en la región y que responden a otra sigla de facinerosos.
Como ocurre cada vez que se conoce este tipo de acontecimientos, los más diversos sectores de la opinión política expresaron su rechazo a los criminales del Norte y a lo que implica la violencia como arma política. Y no faltaron muestras de apoyo y críticas a los militares instalados en la región para contrarrestar a los grupos extremistas, tal como ha sucedido ante hechos similares acontecidos anteriormente y como sucederá cuando de nuevo en el futuro se vivan situaciones parecidas.
La ferocidad de las armas no es un argumento político aceptable en ningún caso y, por lo tanto, debe ser rechazada, impedida y condenada categóricamente. En ninguna circunstancia, y menos en un país que se maneja dentro de lo dispuesto por la Constitución Nacional y las leyes, con sus defectos y errores, dentro de la institucionalidad democrática. Nuestra nación ha adoptado la democracia representativa, participativa y pluralista, fundada en el reconocimiento de la dignidad humana, según el artículo 1° de la Carta Magna. Y nadie puede invocar hacer justicia por sí mismo para reclamar sus derechos con violencia, como pretenden los criminales del Norte exhibiendo su ideología trasnochada.
Los movimientos criminales de cualquier índole están equivocados si pretenden, como dicen, hacerse del poder político para articular un país sometido por la fuerza de las armas. Las ideologías que sustentan están perimidas y la experiencia histórica ha demostrado con creces que no han servido ni sirven para el bienestar de los pueblos. Solo están para instalar en el mando a grupos extremistas que, con la dictadura de los fusiles y sin libertad, oprimen a sus pueblos sometiéndolos a deleznables condiciones.
Los violentos del Norte, y de cualquier sitio, deben deponer las armas, dejar de matar a la gente estúpidamente, someterse a las leyes para pagar sus crímenes e integrarse a la sociedad. No tienen futuro político ni personal en esa postura asesina sin sentido.
Es necesario señalar categóricamente que la violencia de cualquier tipo es engañosa y no propone nada válido para una sociedad que necesita un clima de paz, justicia social, desarrollo y bienestar. Nuestro país no requiere la fuerza de las armas y el terror de las bombas, que solo traen dolor, luto y desazón.
Ya tiene suficientes tumbas donde llorar y muchas desgracias que lamentar.