Los buenos números de algunos sectores importantes de la eco­nomía que se están presentando como muy auspiciosos no deben impedir que se vea la realidad del sector de los trabajadores sin ocupación. La suerte de miles de personas que están inten­tando superar la pandemia económica en medio de la fuerte precarización laboral debe ser preocupación del Gobierno y de las empresas del sector privado. Algunos especialistas han señalado que el costado más doloroso de nuestra realidad es que gran cantidad de trabajadores están sin una ocupación formal y sin posibilidades ciertas de mejorar su situación. A menos que se adopten prontamente medidas para impulsar la ocupación de la mano de obra y dar sustento seguro a los que están ahora en zozobra ocupacional.

Los datos de la actuación de los más diver­sos sectores de la actividad económica de los primeros cinco meses del año están indicando un buen comportamiento, que hace esperar que el crecimiento llegue este año a 4% o 4,5%, según los pronósticos más optimistas. Aunque toda premonición tiene que hablar de un tiempo no siempre pre­decible, como el futuro. Hasta mayo, las exportaciones crecieron 23% y las impor­taciones, 18,2%, lo que habla de un repunte importante del comercio exterior frente al mal desempeño del 2020. Varios renglones económicos importantes están mostrando un excelente comportamiento, como la producción pecuaria, que está facturando como nunca. Lo mismo se puede decir de la industria de autopartes, del procesamiento del cuero vacuno, de las confecciones tex­tiles, aparte de la industrialización de los derivados de la soja, como harina y aceite de esa oleaginosa.

Se puede afirmar que la comparación de estos números no es totalmente adecuada. Pues cotejar con las malas cifras del año anterior que sufrieron la incidencia del ini­cio de la pandemia les da una ventaja muy grande a los datos actuales. Pero también es cierto que el repunte que se da ahora es auspicioso, porque, al ser una realidad tan­gible, representa una posibilidad cierta de reactivar el aparato económico y de salir del pozo al que había hundido la situación de emergencia.

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Sin embargo, al mismo tiempo existe gran cantidad de personas tambaleantes labo­ralmente ante la imposibilidad de retor­nar a un empleo seguro o a un trabajo que les garantice el pago de su sustento y de sus gastos fundamentales.

Las cifras oficiales indican que a causa de la pandemia alrededor de 150.000 perso­nas quedaron sin empleo el año pasado, con lo que la cantidad de desempleados trepó hasta los últimos meses del 2020 a alrede­dor de 600.000 personas. En esta cifra no se incluyen los trabajadores informales que se ocupan de muchas actividades que no están registradas oficialmente, que constituyen cifras muy superiores a las de los que labo­ran de manera formal.

La precariedad laboral es la situación en que viven los trabajadores que no tienen garantías en sus condiciones de trabajo, que sufren la inseguridad e incertidumbre de su suerte y que los hace muy vulnerables tanto por la estabilidad como por la calidad del empleo.

La condición de vulnerabilidad es actual­mente muy alta en la clase trabajadora debido a la caída de los empleos formales y a la necesidad de tomar cualquier actividad que no tiene garantías laborales para hacer frente al desempleo y la desocupación.

Esta situación es otro desafío para el Gobierno, la clase política y el sector pri­vado, porque todos ellos tienen responsa­bilidades ineludibles. El Estado tiene que poner en marcha políticas, con créditos para las mipymes y grandes empresas que ayuden a impulsar la actividad económica para la creación de más empleos y la forma­lización de los informales. La clase política debe idear normas que ayuden a la crea­ción de fuentes de trabajo, facilitando la contratación de trabajadores con medidas imaginativas y eficaces. Las compañías, mediante los incentivos estatales, deben realizar mayores inversiones para impulsar el empleo de más operarios.

Es muy saludable el proceso de recuperación económica que vive actualmente el país. Pero debe traducirse en el bienestar de la mayor cantidad de personas, mediante la creación de más empleos y la formalización del sector informal. Porque, finalmente, la meta de la economía debe ser sobre todo la mejor cali­dad de vida y la prosperidad de la gente.

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