Las elecciones internas simultáneas que realizan hoy los partidos políti­cos, de cara a los comicios municipa­les de octubre de este año, no tendrán, naturalmente, el condimento de la normalidad. La pandemia provocada por el covid-19 ha esta­blecido un cerco sanitario rígido con el fin de evitar que este virus continúe incrementando el número de contagiados y de muertos. Proba­blemente, no veremos esa tempranera y bulli­ciosa movilización de afiliados y adherentes que suelen ser los primeros en votar. Aun así, guar­dando todos los recaudos pertinentes, la partici­pación ciudadana será imprescindible para for­talecer nuestro sistema democrático. Hay que ejercer el derecho al voto, porque el desinterés, la historia lo corrobora, suele terminar en malos gobiernos.

Pero la pandemia no es la única razón por la que estas internas resultarán atípicas. El voto emi­tido a través de las urnas electrónicas, aunque ya utilizadas parcialmente en el pasado, será una experiencia novedosa que, a la difusión rápida de conteos, pretende añadir la garantía de blo­quear cualquier intento de fraude o manipula­ción electoral. Si bien es cierto que hubo capaci­tación masiva sobre su uso, hasta en los grupos de Whatsapp, algunos referentes de nuestra política consideran que tanto la pandemia como las urnas electrónicas volverán complicadas las elecciones de la fecha, especulando que podrían gravitar en el nivel de participación.

Y un tercer elemento constituyen las listas cerra­das desbloqueadas, con una opción preferencial, que se presume posibilitarán una mejor propor­cionalidad y representación para integrar las correspondientes juntas municipales. Donde la pluralidad debería marcar el necesario equilibrio y la capacidad la necesaria diferencia.

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Fue, también, una campaña desarrollada fuera de los márgenes tradicionales, sin grandes movilizaciones ni visitas casa por casa, en que las redes sociales ocuparon los mayores espa­cios para la promoción de candidaturas y plata­formas electorales y, naturalmente, para tratar de desacreditar al adversario con las mismas armas de siempre (ahí, sí, todo siguió igual): la difamación, la injuria y la calumnia. En ese marco de hostilidades, operadores y perfiles fal­sos compitieron en un lenguaje soez y ramplón, en la mayoría de los casos.

Las exigencias de la población para tener mejo­res autoridades, particularmente en las muni­cipalidades, tanto en las intendencias como en los órganos legislativos, deben asumirse desde el contrapeso de la propia exigencia de partici­par. Evadir la política suele ser un grave error, pues dejamos el camino abierto para que un bajo porcentaje de electores decida el destino de todos. Un requisito previo es conocer a los can­didatos, su formación, su pasado, su testimonio de vida y sus propuestas. Solo la falta de interés –sobre cuya peligrosidad ya advertimos– pudo haber impedido que no hayamos aprovechado los diversos canales con que hoy contamos para informarnos adecuadamente y, desde diversos ángulos, sobre los temas que deberían preocu­parnos como ciudadanos. Y una vez que haya­mos ejercido nuestra responsabilidad de elegir, nos queda el segundo paso, del mismo rango de importancia: vigilar y controlar.

Aunque resulte paradójico, por la agresiva y sis­temática campaña en contra, los candidatos de la Asociación Nacional Republicana (ANR) fueron los que acapararon los mayores espa­cios en los diferentes medios de comunicación. Y eso que su tradicional adversario, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), realiza elec­ciones para renovar nada menos que su Direc­torio, mirando de reojo las presidenciales del 2023. Sabemos que en política lo imponderable suele ser lo normal, pero en este caso específico, puede marcar una fuerte tendencia para impul­sar al candidato que representará a la oposición, al menos a un amplio sector, dentro de dos años.

Nuestra democracia habrá alcanzado edad de madurez cuando el porcentaje de participación sea el reflejo de lo que se espera de una sociedad consciente de su destino histórico. Entonces, habremos superado el simple ritual de votar para aprender a elegir. De la sumatoria de los buenos gobiernos municipales dependerá que tengamos un país ordenado, con crecimiento económico equitativo y desarrollo humano integral.

El fortalecimiento de los municipios requerirá de administradores probos y capaces. Com­prometidos con su comunidad y el progreso de su gente. Y, por otro lado, precisamos de una verdadera descentralización, una que no solo descentralice competencias y funciones, sino, también, recursos. Solo de esta manera podre­mos ir superando las enormes asimetrías que se observan dentro de un mismo territorio. De nuestra participación responsable depen­derá la calidad de la democracia que queremos para el futuro. Y si vamos a ser protagonistas o cómodos observadores.

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