La crisis sanitaria es sumamente potente y preocupante, y en donde todos coinciden es que un factor central de su mal manejo es la ausencia de una adecuada comunicación del Gobierno. Aun en estas condiciones, el Gobierno no ha encontrado una salida a este empantanamiento y tampoco demuestra voluntad: un hecho patente es que siquiera ha designado un reemplazo permanente en el liderazgo del Mitic.Hasta hoy, ni centralmente, ni desde el Ministerio de Salud ha surgido una idea (más allá de las entrevistas o de mediocres piezas publicitarias) sobre cómo generar empatía con los ciudadanos para la instalación de formas de sumatoria en la acción de prevención del covid-19.

Esto supondría la generación de proyectos comunicacionales que deberían ir mucho más allá de lo simplemente mediático o de las recurridas acciones en redes sociales, para insertarse dentro de lo que se plantea en el concepto de acciones sociales comunicacionales.

Al existir aridez en estas fórmulas, fruto de una comunicación centrada en la producción de gacetillas, o de asesores que son mejores en la producción de humo político que en la educación ciudadana, no se establece una relación directa entre los ciudadanos y sus autoridades, y mucho menos entre los ciudadanos y el asunto central que se encuentra en debate: la lucha contra el covid.

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Esto se conoce como procesos de apropiación. No basta con que los ciudadanos sepan o no sobre determinada cuestión; se trata de que los mismos consideren tales cuestiones como parte de su responsabilidad inmediata y tengan certeza sobre que sin su actuación el estado de la situación continuará sin solución de continuidad. Tal proceso de apropiación es una materia pendiente no solo de esta etapa de pandemia por covid-19, sino ha sido un hecho usual en la etapa de lucha contra el dengue.

Esto también guarda relación con un marcado desdén de los gobiernos por la tarea de los comunicadores institucionales que sí tienen herramientas apropiadas para diseñar estrategias de educación ciudadana. Por mucho tiempo se ha asentado la costumbre de instalar, en vez de tales recursos, simples agendadores de entrevistas, “visibilizadores” que a veces tienen éxito para lograr que un ministro aparezca en una publicación, pero deficitan enormemente a la hora de construir procesos de conciencia en relación de claves del momento.

Es vital que el Gobierno despierte en la evaluación de este flanco deficitario que padece y tome recaudos para mejorar el déficit. La tensión de los ciudadanos y la ausencia de empatía con cualquier iniciativa que tome la autoridad, sumado a ello la desconfianza que ya está instalada hace tiempo, llama a gritos a los líderes a que revisen sus planes de comunicación porque sin comunicación no existe nada, por más eficiente que sea, que pueda generar ese circuito que finaliza produciendo la satisfacción ciudadana.

La comunicación eficiente es parte de la propia gestión del Gobierno, como la educación, la salud, la obra pública. Por lo tanto, un gobierno no puede aducir que gestiona bien si comunica mal porque no son partes modulares, sino un todo integrado e interdependiente.

Otro error frecuente de los gobiernos (algunos lo corrigen y otros no) es pensar en que el éxito de una comunicación electoral se puede traspolar a la comunicación de gestión, en tanto ambas disciplinas son diametralmente diferentes. La primera se encarga de vender ilusiones, la segunda debe saber transmitir la realidad y hacer que los ciudadanos formen parte de la misión de desarrollar las políticas públicas. Lo primero es simple propaganda, lo segundo es interacción con los ciudadanos.

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