Últimamente, con mucha fre­cuencia, los fenómenos natu­rales, como la lluvia y el viento, atacan con fuerza en distintos puntos de la geografía nacional produ­ciendo muertes de personas y destrucción de bienes, ocasionando además grandes perjuicios. Ya se está volviendo un hecho casi habitual que después de cada tempo­ral el país tiene que lamentar pérdidas de vidas, accidentes personales y la destruc­ción de importantes infraestructuras. Esto indica que siempre que se produce un fuerte evento climático corre peligro la integridad de mucha gente, por lo que hay que protegerse con todos los medios posi­bles. Tal como lo hacían ya los hombres primitivos, que cada vez que escuchaban truenos o veían relámpagos corrían a gua­recerse en las cuevas. Con la diferencia de que hoy estamos en una época de grandes progresos que nos hace creer que esta­mos resguardados de los caprichos de la naturaleza, lo que es muy relativo cuando asistimos a los trágicos resultados que se observan.

Las últimas lluvias y tormentas registra­das han provocado una vez más numero­sos daños, comenzando con la pérdida de casi una decena de vidas humanas, en varios puntos del país. Solo en Asunción, en el barrio Ricardo Brugada, el viento y la llu­via provocaron la muerte de tres personas al derrumbarse la casa en que vivían. Otros integrantes de esa familia luchan ahora entre la vida y la muerte en los hospitales. A esto hay que sumar otros decesos sucedidos en distintos puntos del país, como los aho­gamientos causados por los desbordes de arroyos y las inundaciones provocadas por la lluvia. Esta contabilidad no estaría completa si no apuntamos la gran cantidad de puen­tes camineros derruidos, numerosas calles y rutas arruinadas, muchos muros derrumba­dos, además de viviendas echadas por tierra y obras arrasadas por las impetuosas aguas.

Los fenómenos actuaron con violencia haciendo estragos en muchos lugares. Pero no es casualidad que una de las viviendas derrumbadas en que murieron tres per­sonas sea de un barrio de pobres con casas inseguras. Como tampoco es casual que otras que cayeron estén al borde de cursos de agua peligrosos, mal protegidos por muros y obras inestables. O que muchas calles derruidas sean arterias que no se construye­ron con la debida solidez.

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Las manifestaciones violentas del tiempo ocurren en cualquier parte del planeta y siempre causan devastación a su paso. Pero sus consecuencias siempre son peores en los sitios en los que las obras no se hacen con la debida solidez para resistir los embates a los que se ven expuestos. Por simple lógica, en cualquier sitio del mundo los que peores cas­tigos sufren siempre son las poblaciones y zonas con mayor precariedad.

Los acontecimientos en nuestro país ponen en evidencia varias cosas: la deficiencia en la construcción de muchas obras, la falta de precauciones contra los fenómenos cli­máticos, muchas veces la desidia de perso­nas y organismos públicos responsables de la seguridad de la gente. Y el escaso afán de las instituciones de proteger a las personas que están en situación de riesgo. Ningún gobierno ni organización humana actual puede impedir que ocurran catástrofes naturales. Pero los gobiernos bien organiza­dos, las instituciones estructuradas adecua­damente y las personas prudentes prevén mecanismos de protección y defensa para soportar las amenazas y estragos que pue­den ocasionar. El mundo en que vivimos está en condiciones de soportar los desastres.

Lo que tenemos que lograr en nuestro país es construir mecanismos de protección ade­cuados que garanticen la seguridad y mini­micen las consecuencias de eventos que no se pueden controlar. Ese es el desafío que tenemos que encarar. El Gobierno debe ser más exigente en la solidez de la construcción de rutas, puentes, caminos y otras obras de infraestructura. Los municipios tienen que controlar la pavimentación de las calles y otras vías para garantizar su seguridad y no permitir casas ni obras en zonas de riesgo. Las comisiones vecinales deben velar por la solidez de los barrios señalando los posibles peligros y educando a los vecinos a tomar las precauciones necesarias.

La sociedad y sus instituciones ya no pueden permitir que con cada tormenta mueran personas, caigan casas, se rompan muros y caminos si se puede evitar. Deben tomar todas las medidas necesarias para mini­mizar los efectos de las calamidades o para eludirlas.

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