Es indudable que uno de los sectores más castigados por la pandemia que seguimos atravesando es el de la cul­tura. En pleno siglo XXI, vivíamos con la ilusión –ahora lo sabemos– de que nada malo podía pasarnos. Nadie en su sano juicio vaticinaba hace un año que estábamos a las puertas de un cambio tan brutal, un drama causado por un virus que nos transformaría la vida desde lo más cotidiano y sencillo hasta lo más complejo. Y, sin embargo, esas historias y relatos que veíamos o leíamos como entretenimiento gra­cias a la imaginación de los artistas, en las obras de “ciencia ficción” , hoy nos sorprenden por la similitud con la realidad que estamos viviendo.

La cultura cayó en el torbellino del covid-19 desde el primer día. En todas partes, las noticias relatan con tris­teza los cierres de teatros, salas de cine, de todo tipo de espacios dedi­cados al arte. Están sumergidos en el silencio los escenarios de grandes conciertos, los telones de los teatros en los que se disfrutaba de ballet, ópe­ras, obras teatrales, conciertos. Pero, por otra parte, las propuestas que llegan desde la televisión a través de nuevas plataformas que ofrecen alter­nativas al cine, con series realizadas con alto nivel técnico, han ganado un espacio impensadamente importante en esta situación que nos obliga a per­manecer en las casas. Los estrenos se pautan para televisión en lugar de en las salas de cine y ya no hay lugar sobre la tierra donde no se pueda acceder a estas a través de un aparato de TV, una notebook o un teléfono adecuado.

La industria de la cultura, como las multitudinarias ferias de libros y una enorme diversidad de actuacio­nes de artistas como las que se dan en sitios de gastronomía, hotelería, etc., ha sufrido un paréntesis que afecta desde hace largos meses al sec­tor, desatando una grave crisis eco­nómica que muchos de ellos no han podido sostener. Las malas noticias sobre cómo ha afectado al mundo de la cultura la pandemia del covid -19 se suceden y en nuestro país, pequeño en comparación con otros en lo que se refiere a oferta cultural, se ha hecho sentir con mucha fuerza la crisis en el sector.

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En medio de esta situación que afecta al mundo entero, también hay que destacar que el arte y la cultura son considerados más que nunca funda­mentales herramientas de bienestar y de salud mental. Y ese papel funda­mental, esa influencia positiva en la vida de todos es lo que se debe tener en cuenta por parte del Estado para concebir una red de apoyo a la cul­tura, para protegerla de las innumera­bles pérdidas y sobre todo para que los trabajadores del arte y la cultura pue­dan seguir produciendo y ofreciendo su talento en las diferentes formas de expresión. Hasta ahora, artistas y trabajadores del rubro han recibido aportes e insumos destinados a paliar en algo la difícil situación que afecta no solo a los artistas sino a sus fami­lias, mientras se las ingenian para ofrecer alternativas ajustadas a los protocolos para llegar al público.

En ese sentido, las redes sociales han adquirido mucha importancia para que las expresiones culturales lle­guen a la gente. Los artistas, como otros trabajadores, se han “reinven­tado” –para usar esa palabra tan dicha últimamente– y ofrecen su trabajo a través de las redes o de mil maneras, convocando a un público que al prin­cipio parecía intangible y casi imagi­nario. Paralelamente, se abren espa­cios en zonas preparadas para asistir tomando distancia y precauciones, se habilitan salas con presencia redu­cida de público y se realizan ferias vir­tuales de literatura, y las editoriales han habilitado con éxito el sistema de delivery.

Por todo lo dicho, es necesario que se proteja y apoye el esfuerzo de la gente que trabaja en cultura porque esa tarea merece ser valorada como la de las demás empresas y trabajadores del país y como fuente de bienestar, algo tan necesario en este momento que estamos viviendo.

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