La familia, esa unidad básica de la sociedad de la que provie­nen las personas, es no solo un núcleo biológico con vínculos consanguíneos. Constituye sobre todo un reducto de amor y enseñanza donde los individuos nacen, crecen y aprenden las líneas del comportamiento humano para convertirse en miembros plenos de la comunidad.

Eso es lo que el papa Francisco manifiesta en su magisterio pastoral cuando habla de la familia, su misión procreadora, educa­tiva y formadora de personas. En nume­rosas homilías, mensajes y documentos oficiales de la Iglesia católica expone su preocupación sobre los peligros que la acechan y traza las grandes líneas de una verdadera comunidad familiar, revestida de cualidades humanas y cristianas. No lo hace con el tono doctoral de los gran­des pensadores, sino en el estilo de una persona, que, como miembro de un grupo familiar, conoce las vivencias cotidianas, disfruta de sus cosas positivas, sufre los dolores y crisis que la aquejan y propone el camino a seguir.

En la exhortación apostólica Amoris Lae­titia (La Alegría del Amor) señala Fran­cisco que la Biblia está poblada de fami­lias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares. Y destaca que la construcción de la familia no es un ideal indefinido, sino un trabajo de artesano que se expresa con ternura en el día a día. Por eso el libro sagrado no es una secuen­cia de tesis abstractas, sino una compa­ñera de viaje para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor.

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Resalta en uno de los capítulos de ese documento que la educación de los hijos es una tarea clave a la que no puede renunciar ningún grupo familiar sin ir contra sus obligaciones.

Yendo a las cosas prácticas de la educa­ción de los hijos, Francisco afirma que la obsesión no es educativa y que no se puede tener el control de todas las situaciones por las que pasa un hijo. “Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, solo buscará dominar su espacio”. Y luego sen­tencia: “De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfren­tar los desafíos”. Agrega que lo que inte­resa sobre todo es “generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de su capacitación, de creci­miento integral, de cultivo de la auténtica autonomía”.

Uno de los temas controvertidos, la edu­cación sexual, el Papa lo aborda sin remil­gos, pues dice que hay que educar a los hijos en materia de sexualidad. Y que hay que realizarlo en el marco de “una educa­ción al amor, a la recíproca donación” y no del egoísmo. No es partidario de la expre­sión “sexo seguro” porque trasunta “una actitud negativa hacia la finalidad pro­creativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse”, pues con ello en vez de promover la acogida se da lugar a la agresividad narcisista.

Con relación al desprecio a la institución del matrimonio que se nota en la sociedad actual, el sumo pontífice recuerda que el individualismo exagerado hace difícil hoy la entrega a otra persona de manera gene­rosa, como predica la Iglesia. Señala que se “teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor de ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales”.

Las manifestaciones del obispo de Roma sobre estos temas en que hay sectores de la sociedad que quieren menoscabar y sobre los que insinúan rumbos diferentes son de gran actualidad.

Como dice la Constitución Nacional, la familia es el fundamento de la sociedad, por lo que se debe promover y garanti­zar su protección integral. Teniendo en cuenta los peligros que se ciñen sobre ella, todo lo que se pueda predicar y hacer para mantenerla fuera de riesgo será poco.

Hay que tener presente que cuando se defiende a la familia no se habla de una idea abstracta. Se trata de la comunidad concreta que nos rodea en la vida coti­diana, que son nuestros padres, her­manos, cónyuges, hijos, nietos y otras personas que forman parte de nuestro invalorable patrimonio afectivo.

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