En menos de un mes se ini­ciará la tradicional novena a la Virgen de Caacupé y por entonces comenzarán las peregrinaciones masivas hasta la capi­tal serrana de personas provenientes de los más diversos puntos geográficos. Y aunque se prevean algunas variaciones con relación a la práctica habitual, la festividad tendrá su punto culminante entre el 7 y el 8 de diciembre, fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción de María.

Desde fines de noviembre y la primera semana de diciembre suelen agolparse en torno al santuario entre 2 millones y 3 millones de individuos movidos por su fe religiosa u otras motivaciones. Caacupé es no solo la más imponente festividad religiosa sino el aconteci­miento popular que mayor cantidad de personas congrega en un sitio.

Este año, aunque golpeados fuer­temente por la pandemia, o por eso mismo, miles de creyentes querrán lle­gar hasta el santuario mariano. Muchos desearán ir a agradecer por las gracias recibidas, otros van a querer cumplir sus promesas o rezar y pedir nuevos dones de lo alto.

En esta ocasión, la principal dificultad de Caacupé no será de índole religiosa ni relacionada al cumplimiento de los ritos de los peregrinantes, como com­prar y prender velas o llevar agua del Tupãsy Ykua. Será sobre todo un deli­cado problema de seguridad, ya que no se sabe si la capacidad de las fuerzas sanitarias y de las policiales será sufi­ciente para hacer cumplir los proto­colos sanitarios de distanciamiento social, el uso de tapabocas e higieniza­ción frecuente de las manos a miles de personas que irán apiñándose en las rutas, en las calles de Caacupé y sobre todo en las cercanías del santuario. ¿Cómo atajar a los fanáticos de la pere­grinación si no se ponen suficientes fuerzas públicas y con argumentos con­vincentes, incluso el uso de la fuerza?

Teniendo en cuenta la experiencia en administrar el comportamiento de la gente desde marzo, y a partir de la aper­tura de la cuarentena, la respuesta no es muy convincente. El control de la observancia efectiva de los protoco­los sanitarios por los grupos sociales ha sido y sigue siendo una de las más importantes falencias del Gobierno. Y no hay elementos para creer que ante los nuevos requerimientos de aglome­ración de masas que vendrán las cosas vayan a cambiar sustancialmente.

Por todo ello, Caacupé, en su versión 2020, es el mayor reto que tiene la salud pública y la seguridad de la ciudadanía. La pandemia sigue fuerte y los pronós­ticos médicos no dan motivos para pen­sar que a fines de este mes y comienzos de diciembre se liberarán todos los pro­tocolos de rigor. Para colmo, en varios países de Europa una segunda ola del coronavirus sigue causando estragos, una noticia que no podemos ignorar.

Uno de los viceministros de Salud Pública salió a recordar que todavía no está definido si se hace o no la festividad del 8 de diciembre. Dijo que, si se perca­tan que en las misas previas a la fiesta principal no se cumplen los protocolos, se tendría que suspender la actividad principal de ese día. Se olvidó de recor­dar que para que haya un fiel cumpli­miento de las medidas sanitarias tiene que haber un buen control y que esa es una responsabilidad del ministerio que representa.

Hay todavía tiempo para mejorar las medidas de seguridad y preparar vigi­lancias efectivas para enfrentar la nueva situación. Pero viendo la actua­ción de algunas autoridades, no sabe­mos si existe la convicción de que hay que controlar mejor el comportamiento de la gente ni si hay voluntad para con­cretarlo.

El obispo local, la única autoridad ecle­siástica que tiene jurisdicción en la Dió­cesis de Caacupé, es un hombre de diá­logo y ha demostrado estar dispuesto a ceñirse a las directivas sanitarias. Por eso ha dicho a los fieles que en esta oca­sión hagan la peregrinación con el cora­zón, que las celebraciones serán con agenda previa de los fieles y se harán en la explanada de la basílica respetando las normas del Ministerio de Salud.

Pero las palabras no bastan. Buena parte de la población del país actúa sin importarle mucho las reglas ni los buenos consejos. Por lo que resul­tan imprescindibles los controles y, en algunos casos, hasta las correcciones. Que son responsabilidades ineludibles de los organismos del Gobierno.

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