Se la puede observar en todos los niveles, por ejemplo en el problema covid o en la quema de pastizales que terminan en dramáticas escenas como las vividas este último fin de semana de nuevo: nuestra sociedad carece de un nivel de calidad razonable en materia de equilibrio entre ser un individuo y el pertenecer a una sociedad, a un colectivo social, que impone reglas. La ausencia de reconocimiento de lo público se observa en diversas frustraciones que vivimos a lo largo de nuestra historia, como la reincidencia en modelos de educación que no conducen a cambios, la impenitente ausencia de líderes públicos de la educación preparados para tal función, la consecuencia de la elección de personas sin talento alguno para el Congreso es otro ejemplo de cómo no pensamos en lo público cuando operamos desde nuestras decisiones individuales o colectivas. Como resultado tenemos la frustración que se acrecienta hacia el funcionamiento no ya solo de los políticos sino de la propia política.

Y los ejemplos más contundentes y fáciles de descubrir en esta materia: la ausencia de cuidado en nuestro ámbito propio (viviendas, patios, depósitos) que termina impactando en la vecindad con el problema del dengue. La patética reincidencia en el hábito de las aglomeraciones en los tiempos en que se requiere de cuidado para evitar la explosión de casos de covid.

Y aquí se pueden citar otros ejemplos que tienen que ver mucho más con espacios públicos: con mucha frecuencia nuestra primera exclamación cuando salimos al exterior es “lo limpia que es la ciudad”. ¿Cuál es la razón por la que nuestras ciudades no cuentan con similar limpieza? No hay dudas que la respuesta no hay que buscarla en la cantidad de escobas o camiones recolectores, sino en la calidad cívica de los pobladores.

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Tener conciencia de lo público nos lleva a comprender que los espacios que van más allá de la puerta de nuestra casa, ya sea en lo comunal, como en lo político, en lo cultural, en lo social, son espacios de convivencia. Al ser así, requiere que todos los miembros de la comunidad asuman acuerdos y actitudes convencionales que sostengan un clima de respeto por los miembros de la comunidad, sus emprendimientos, ideas, creencias y se asuma al mismo tiempo el compromiso conjunto de preservar el espacio físico.

Este espacio físico de convivencia –por ejemplo– viene siendo atropellado, ante el negligente control de las autoridades, en la cuestión de los incendios que han recrudecido en los últimos días. Esta es la combinación aún más grave: cuando no existe conciencia de lo público y al mismo tiempo las autoridades encargadas de controlar son deficitarias en tal función. En tanto que, lamentablemente, la falta de conciencia se podría suplir con un mejor control.

La etapa más exitosa de preservación contra el covid no fue tampoco una etapa en la que la conciencia ciudadana fue responsable única, tuvo que apelarse a cierta mano férrea con los controles para que ello pueda lograrse.

Muchas veces nos preguntamos cuál es el secreto de algunos países como Uruguay para tener una performance resaltante en la materia y la respuesta parece ser justamente esta: una mayor conciencia de lo público.

Tenemos un camino que no tiene que ser largo, pero debe ser intenso de educación en las escuelas y los colegios de cómo interactúan los factores para que lo público se fortalezca en nuestra educación cívica. Se puede lograr, pero no se debe demorar con ello, porque lo único que puede ser persistente –como cambio social– es aquello que nace de la escuela, lo que tiene la fuerza de ser –al mismo tiempo– un cambio generacional en la manera de construir sociedad.

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