Unos y otros confrontan hoy en el escenario nacional como si el país estuviera en condiciones de soportar situaciones de polarización extrema.

La irresponsabilidad de un Senado que es capaz de blindar a una persona que, todas las evidencias indican, se quedó con dinero de la comida de los niños escolares es solo un botón de muestra sobre cómo somos un país y una sociedad que no están a la altura de sus grandes desafíos.

Se puede sumar a la mediocridad de los representantes el clima de cris­pación que sus resoluciones generan, más las carencias económicas de un tiempo de crisis, más la declinación de la mano empleada, más la propia complejidad del sistema sanitario que se calafatea cada día para alcanzar a dar una mediana respuesta, más la insatisfacción por las decisiones de las autoridades, más la incertidumbre al respecto del futuro, constituyen un cóctel de inquietudes que fácilmente genera enfrentamientos y electrici­dad política y social.

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Si bien es saludable proteger la libre expresión de las inquietudes y desen­cantos en los escenarios que fueran, también cabe recordar que un clima de polarización extrema y peor aún de estallido no es recomendable.

Es lamentable que por la ausencia de liderazgos talentosos el país no pueda hacer visible una agenda de priori­dades en un tiempo complejo como el que vivimos: inversión en salud, inversión en dinamización de la eco­nomía, planes de educación que per­mitan a los padres tener un futuro cierto y control férreo de las compras públicas para evitar el fantasma de la corrupción en esta etapa crítica. Es probable que una de las razones fuera la falta de talento mínimo de comuni­cación del gobierno con los ciudada­nos, porque, si bien la confianza es un resultado de la capacidad de generar, también lo es de la evidencia de una buena gestión.

Es cierto que es injusto adjudicar a las autoridades la responsabili­dad sobre las carencias históricas en materia de salud, pero también es cierto que siguen empotrados en el sector mencionado los tentáculos del pulpo de la corrupción que generaron episodios difíciles de olvidar en plena crisis.

Es cierto que no nos queda otra que confiar en las recomendaciones y orientaciones de las autoridades –y no en los exaltados negacionistas que parecen sumar adeptos– porque de lo contrario caeríamos en un caos sani­tario sin retorno, pero también es cierto que los gestos técnicos deben ser acompañados por gestos políticos, y en esta materia la confianza dete­riorada se debe recuperar –por ejem­plo– con la correcta aplicación de los recursos para equipamientos, insu­mos y medicamentos.

Dentro de todo exhortamos a la calma y al equilibro como socie­dad, porque de los tiempos de crisis se aprende que con irracionalidad y exaltación extrema no se llega a nin­gún lugar. Recuperar la concentra­ción en la crisis y cómo salir de ella son las prioridades.

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