Los medios que –aún después del escándalo de las compras– mimaban y paseaban como invitados en sus programas al ministro Mazzoleni y su cohorte, hoy se muestran especialmente agresivos y mortalmente opuestos a su gestión. Lo mismo de siempre, el viejo truco de ser amigos cuando la agenda de intereses se muestra favorable y ser enemigos cuando no.
El grupo Nación siempre fue crítico del Gobierno y al mismo tiempo hizo y hace un enorme esfuerzo por poner todos sus recursos en colaborar en la campaña contra el covid. Las pasiones mediáticas fogoneadas desde sus intereses sectarios no pueden existir o desaparecer solo porque se corresponden con las ganas de un grupo de medios de mandar un mensaje de poder al Presidente. La ciudadanía debe ocupar un primer lugar en tal agenda.
Lo señalado tiene que ver con que, consideramos, que aún en el marco de la peor crítica a las políticas del Gobierno (incluyendo la salud) como la hemos ejercido desde aquí, queda claro que en una situación de crisis profunda, como vivimos a consecuencia de la pandemia, tal crítica, debe servir para reparar, reconstruir y no para convocar procesos de fusilamiento mediático, porque mientras el incendio esté en curso es torpe provocar el derrumbe de la estación de bomberos.
Peor aún, reiteramos, cuando se trata de los mismos que –aun ya en el curso del escándalo de las compras que este medio reveló y destapó– eran los promotores de las mismas autoridades. En síntesis, convocamos a la madurez. A entender que este es un momento en el que lo ideal es estar codo a codo peleando para evitar que el covid provoque tantos más paraguayos muertos y tanta más actividad productiva cancelada como consecuencia.
Las actitudes negacionistas –ya hemos visto– solo han provocado dolor y muerte en los países cuyo liderazgos las promovieron; afortunadamente no es el caso de Paraguay y ello –a pesar de todo– nos sostiene aún entre los países con menos consecuencias funestas en el continente, detrás de Uruguay. Lo que toca ahora es sostener tal posición con garra e inteligencia, evitando las actitudes incendiarias que solo nos han causado traumas en la vida nacional.
Queda claro que una cuestión es la corrupción, imperdonable, enemiga irreconciliable de la República y otra cosa es la actitud mezquina de quienes, a cuenta del odio político o las agendas de poder sectorial, se olviden que lo primero –siempre– es la suerte del pueblo.