Por cada día que los gobier­nos eluden destituir a un corrupto, tal mancha de corrupción se transmite con mayor fuerza al propio liderazgo que lo ejerce. Este razonamiento es básico en cualquier manual de asesoría política, que sin dudas no está siendo “leído” por la actual administración del país.

En el sonado caso del ex gobernador del Guairá Rodolfo Friedmann exis­ten numerosos indicios que lo ligan a hechos reprobables y, en algunos, repugnantes como el uso de recur­sos sensibles como el almuerzo esco­lar para el lucro personal. Si es así, eso no tiene perdón de Dios y tampoco tendría que tener perdón de la Justi­cia ni del Gobierno que lo ocupa, como sucede hasta hoy.

Pero la cuestión va mucho más allá: en un momento clave en el que se requiere de una atmósfera de confianza en el Gobierno por el desarrollo de la actual crisis, este hecho solo agrega despres­tigio, arropa de incertidumbre a los ciudadanos en relación al manejo de sus impuestos y genera una colosal asi­metría entre las carencias que se está sufriendo a consecuencia de la cua­rentena y el “país de maravillas” que viven unos pocos que son capaces de disponer de los recursos del pueblo para enriquecerse. Por ello, el Ministe­rio Público debe actuar de inmediato y generar las acciones tendientes a com­probar si estas sospechas se unen a la objetiva realidad.

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Políticamente es imposible que la figura de Friedmann pueda seguir fun­cionando con alguna pizca de dignidad en el ejercicio de la función pública. Quién confiaría en una persona sospe­chada de tales tropelías a lo esencial que tenemos como sociedad: el cuidado de los intereses de nuestros niños.

Retirarlo de la gestión no solo es un favor que Abdo Benítez puede hacerle al país, sino ( por si tuviera un enfo­que egoísta) es un enorme favor que le haría a su propio prestigio como gober­nante.

La investigación periodística que lleva adelante un periodista de este medio en relación al despilfarro con el almuerzo escolar en el Guairá, anuncia que en el curso de la semana se presen­tarán nuevas y explosivas evidencias; hay que felicitar una vez más al perio­dismo por realizar el rol ausente de las autoridades jurisdiccionales que, lejos de cumplir con un mínimo paso de investigación, han estado “conge­lando” durante todos estos años el informe de la propia CONTRALORÍA que ya de por sí es lapidario.

La otra razón por la que el Gobierno debería imponer su liderazgo en este caso es porque se plantea que el fun­cionario mencionado es “intocable”, lo cual supone que existen motivos para su “intocabilidad”; a tales motivos –en gran medida– la opinión pública los conecta con relaciones de poder y vín­culos de provecho económico que no le conviene al Presidente cargar sobre sus hombros.

Los ministros no son más importantes que la gobernabilidad. Ellos son ape­nas una pieza en un todo fundamental que es la prioridad para que las condi­ciones del funcionamiento del Poder Ejecutivo sea óptimo. “Un fusible” le llaman a veces en forma antipática, pero gráfica, tratando de explicar que si funcionan bien son como un motor que eleva el prestigio del Gobierno, pero si funcionan mal son un ancla que deja al mismo varado y no le permite avanzar.

Finalmente hay que tener en cuenta que el Ministerio de Agricultura y Ganadería maneja inmensos recursos destinados a mejorar las condiciones de vida de miles de humildes agriculto­res de la República ¿El Presidente cree que Friedmann puede cumplir ese rol eficiente y honestamente?

Aún si existen razones muy poderosas que lo convierten en un “intocable”, el Presidente –por regla general– debe remover a los corruptos de su Gabinete y promover a los honestos y eficientes. Si Friedmann es corrupto o eficiente y honesto, es un tema bastante resuelto en la opinión pública, pero, al mismo tiempo, es un asunto sobre el cual el Presidente sabe mucho más y seguro actuará en consecuencia.

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