Si bien el fenómeno del coronavirus se instaló en el mundo copando toda la agenda política, social y económica, en la medida en que avanzamos en el tiempo debemos asumir que la actualidad no debe nublar nuestra mirada en relación al futuro.
Somos una sociedad que siempre tuvo dificultades para planificar su futuro fruto de una cultura cortoplacista. Sin embargo, este hecho extraordinario requiere también de reflexiones y acciones extraordinarias como, por ejemplo, saber mirar el futuro, en el camino de discernir cuáles serán los nuevos desafíos.
Esto tiene pertinencia para todos los ámbitos de la vida, pero principalmente para la economía. Sabemos que el covid-19 dejará la economía bastante golpeada; en algunos casos, postrada, y en otros casos, arruinada. Ante ello es vital que tanto a nivel macro (gobiernos, gremios empresariales) como a nivel particular: personas, mipymes, se inserten en la tarea de planificar, teniendo como línea de base una visión realista del estado en que quedarán las finanzas “cuando pase la tormenta”.
Sería muy irresponsable creer que una vez que las restricciones vinculadas a esta pandemia se cancelen todo retornará a la normalidad. De hecho, la propia expresión normalidad ingresará en un campo de entredicho atendiendo que todos nos preguntaremos: normalidad en relación a qué. Si nuestra expectativa es que tal normalidad sea una réplica del mundo que vivíamos antes del 2020, estaríamos muy cándidamente equivocados. Tal mundo ya no existirá y demorará un buen tiempo reponerlo.
Cuando la tormenta acabe, dicen los expertos, solo América Latina destinará a 30 millones de sus pobladores a la pobreza; serán nuevos pobres. Muchos de ellos serán víctimas de la cancelación de los puestos de trabajo, otros se habrán arruinado en pequeños emprendimientos. Algunos se verán obligados a reconvertir sus proyectos. Muchos a cancelarlos. La expresión reinventarse, en este sentido, no alcanzará con la misma oportunidad a todos. Sumado a ello, un mayor empobrecimiento supondrá un menor consumo y ello acarreará repercusiones negativas en el mercado de la producción y la industria.
Ante todos estos síntomas previsibles del futuro económico, tanto el Estado como las universidades tienen la obligación de generar reflexiones en conjugación con las perspectivas que se aguardan, pero no deben quedarse en la etapa diagnóstica sino deben producir planteos operativos, proyectos e iniciativas con los cuales las personas y las empresas pueden encontrar rumbos.
Probablemente las grandes empresas y las oficinas más potentes del sector público tengan capacidad para generarse estas herramientas, pero es de una enorme responsabilidad social el producirlas para pequeños empresarios y cuentapropistas que hoy observan desde el invierno de la paralización cómo no se abre en el horizonte un panorama claro que les permita diseñar actividades. Sería oportuno que tales planes se encuentren disponibles.
Es indispensable vivir este difícil presente mirando el futuro. La conmoción de estos días no nos debe robar la perspectiva. Será un tiempo difícil y para superarlo es vital estar bien armado de conocimientos y proyectos factibles, realizables y apropiados.