Esta coyuntura que vivimos nos obliga a tomar medidas que serán extraordinarias y firmes; lo uno no funciona sin lo otro. Asumir que estamos viviendo tiempos extraordinarios nos genera la necesidad de incorporarnos a tal escenario y operar en consecuencia, no estamos en medio de un simulacro, es la realidad de una pandemia mundial con la viralidad que pocas veces se ha visto. Al mismo tiempo, se requiere de disciplina y firmeza para evitar que “la interpretación libre” de los ciudadanos oriente las medidas dictadas con flexibilidad o con capricho.
Una de las convocatorias más fuertes que se producen es la de quedarse en casa. Esa es una estrategia indispensable para combatir al coronavirus con la única forma de lograr su mitigación: cortar la difusión de la enfermedad.
La aglomeración de personas, las reuniones de toda índole, deportivas, religiosas, civiles, políticas, son hoy en día enemigos mortales del afán preventivo. Ellas no solo deben suspenderse, sino además debe propiciarse que los ciudadanos que sean testigos de tales convocatorias a denunciarlas ante las autoridades más próximas.
Es momento hoy de quedarse en casa, evitando abandonar el núcleo residencial principalmente si se trata de personas que se encuentran en las franjas de riesgo. Para la población en general la determinación es la misma, no salir por razones que no sean imperiosas.
La suspensión de las clases no significa que los niños están de vacaciones. Supone que los mismos se deben quedar en sus viviendas, no son tiempos de visitas familiares y mucho menos de viajes a cuenta de los días sin clases de escolares y estudiantes.
Ayer se viralizaba el testimonio de un médico de Italia que planteaba al mundo los errores cometidos por la población para que ellos sirvan de ejemplo y consecuentemente provoquen cambios de actitud en los ciudadanos ante esta crisis. El mencionado profesional citaba en primer lugar el hecho de que cuando el gobierno italiano hizo el primer llamado a no salir de las viviendas, gran parte de la población no obedeció tal pedido; la consecuencia salta a la vista, el mal se propagó con una intensidad inusual golpeando a todos los niveles de la comunidad italiana.
Tal es la gravedad de no acatar el llamado a quedarse en casa; es nada menos que la fórmula social más importante para atajar la propagación de la enfermedad, así como en lo personal existen algunos imperativos de hierro como lavarse las manos, protegerse del contacto con otras personas, etcétera. Todos son procedimientos muy sencillos, ninguno requiere invertir nada más que la buena voluntad.
Pero esta debe ser una actitud que englobe a todos, incluyendo al Gobierno, que debe evitar la situación que se dio la víspera con una organización de su núcleo y su iniciativa de convocar a ciudadanos. Esta crisis merece que el cerebro de todos esté encendido en su tono elemental por lo menos para evitar exposiciones innecesarias.
El otro aspecto que sigue siendo de vital importancia es la serenidad. Evitar situación de pánico es un asunto de gran interés para que el proceso pueda desarrollarse dentro de los parámetros deseados por las autoridades sanitarias.
No deja de ser deseable en este contexto que el Gobierno acelere los planes para lograr el suministro seguro de agua potable. No es posible que en todos los anuncios se plantee como primera medida el lavarse las manos y los ciudadanos no cuenten con agua. Es un contrasentido lamentable.