El presidente de la República ha reconfirmado al abogado Eduardo Petta, quien había cometido numerosos errores al frente del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), como titular de dicha cartera. Para que todo tipo de dudas sean despejadas, el mandatario le dio su expreso apoyo señalando que no tenía motivos para despedirlo. Antes de ese acto, el ministro reconoció públicamente sus desaciertos y pidió disculpas por sus errores porque el propio jefe de Estado se lo había pedido. Para completar su acto de contrición, reconoció que tenía un mal carácter al que atribuyó sus discutidos exabruptos.
El ministro que pedía perdón y se arrepentía en público por sus errores no parecía la misma persona que una semana antes había desafiado a la gente con su soberbia y pidió que los escolares corrijan los errores del libro de matemáticas. No parecía ser el que había reivindicado a uno de los principales personeros de la dictadura de Stroessner, el ex ministro de Educación, quien por su ignorancia había conquistado el mote popular de “Ñandejára Taxi” (burro). Tampoco el que había recordado los 50 años de dos libros de lectura primaria del estronismo señalando en el prólogo de la nueva edición, con egocéntrica actitud, que su publicación se había autorizado en la fecha de su cumpleaños.
El pedido de perdón y el propósito de arreglar lo que está mal manifestado por el ministro Petta es desde todo punto de vista plausible, pues es lo que corresponde ante una situación semejante. El arrepentimiento es saludable, sobre todo si va acompañado del propósito de no volver a cometer el error.
Pero ese acto de contrición no basta, no es suficiente ni arregla las cosas. Porque el problema de la educación de nuestro país no se soluciona con alguna disculpa más o menos obligada o con un discurso dictado por la necesidad de caerle bien a la ciudadanía. Es un asunto más complejo que requiere no solo más fondos financieros, mayor preocupación política, sino fundamentalmente gente más capacitada técnicamente para alcanzar los objetivos que se pretenden. Y tales desafíos no se pueden enfrentar con funcionarios improvisados que tengan solo el apoyo político del Presidente, pero carecen de las condiciones profesionales que exige una cartera tan especializada y de gran trascendencia como la de Educación y Ciencias. Y más si se tienen en cuenta las equivocaciones y falencias demostradas en el año y medio que está al frente de la secretaría de Estado.
Si un médico en un hospital mata a su paciente en la mesa de operaciones por sus manifiestos desaciertos y luego sale a pedir perdón, difícilmente siga en ese nosocomio. Será sancionado como mínimo con la exclusión. Entonces se imponen algunas preguntas: ¿Por qué un funcionario que demuestra su falta de idoneidad en su actuación y comete errores en su desempeño que comprometen la saludad de la educación tiene que seguir sin que se lo remueva? ¿Qué lógica hay en la decisión del Gobierno de mantener a Petta al frente del ministerio si los hechos demuestran que no es idóneo para el cargo? ¿Por qué las decisiones de índole política tienen que prevalecer sobre la capacidad técnica en la conducción de un sector vital para el país?
Se sabe que en las altas esferas del Gobierno parecen no importar mucho las calificaciones técnicas para los altos cargos como en el caso del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), que está manejado por alguien que ni terminó siquiera el colegio secundario. Pero no por ello se lo puede aceptar calladamente sin exigir que se proceda de acuerdo con lo que estipulan las normas y con lo que impone la más elemental lógica. Las instituciones públicas deben estar a cargo de las personas más idóneas.
No es bueno que el actual ministro siga al frente de una de las carteras de Estado más delicadas del país como si no importara la educación de los niños y jóvenes paraguayos. Es una obligación de la ciudadanía que aporta sus impuestos, que elige a sus mandatarios, señalar su disconformidad. Y exigir a los que asumieron la responsabilidad de conducir el país que se tomen las medidas necesarias para rectificar el error cometido y hacer que los más capaces y preparados tomen la posta.