El sistema penitenciario de Paraguay superó la línea del colapso y está más allá de la terapia intensiva, pero este diagnóstico ya lo sabíamos todos, no es necesario ser técnicos en la materia para comprender la situación. Esta adquirió ribetes de catástrofe evidente luego de que se fugaran más de 70 privados de libertad recluidos en el penal de Pedro Juan Caballero, los prófugos evadieron todos los mecanismos de seguridad establecidos por el Ministerio de Justicia y dejaron al sistema penal paraguayo y a sus autoridades en el ridículo total.
La vergonzosa fuga masiva de los privados de libertad nos recordó la ausencia de una reforma penitenciaria y de una política criminal, entre otras falencias y vacíos relacionados con la problemática. En el Paraguay no existe por escrito una política criminal, solamente subsiste una actitud para la represión por parte de los órganos del Estado y, especialmente, de los de seguridad, situación que alienta la represión, pero no la prevención ni un plan de reinserción social para apoyar a los privados de libertad una vez que cumplieron su sentencia.
Este desastre institucional del Ministerio de Justicia y sus autoridades se profundiza con la intervención de las organizaciones criminales internacionales y nacionales como el PCC y el clan Rotela, las que permanecen hacinadas juntas en un mismo lugar y en penales de frontera. Es decir, todo está pensado para facilitar –como en sistema de ventanilla única– sus acciones delictivas desde atrás de los muros de los penales y hasta una fuga masiva y programada cuando a ellos se les cante.
Tras las cortinas de humo, tendidas por la ministra de Justicia para evadir el bochorno tirando la culpa a otros, ahora se anuncia como una salida a la problemática la construcción de nuevas cárceles para fin de año, con una inversión de US$ 30 millones para albergar a 5.700 reos. Como expresaba el científico alemán Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Parece ser que la estrategia de urgencia solo se sustenta en construir nuevas cárceles sin implementar otras medidas destinadas a habilitar una verdadera reforma penitenciaria o establecer por escrito una real política criminal que se conviertan en el punto de inflexión que necesita el país en materia penitenciaria. Sobre el punto, el presidente del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, Dante Leguizamón, especialista en derecho penal, explicaba que “la solución no es construir nuevas cárceles porque el crecimiento de la población anual es de 1.150 internos. La población penitenciaria se ha quintuplicado entre el 2000 y el 2019, hay cinco veces más”, se requieren otras soluciones, innovadoras, creativas y eficaces, desechando “la fallida fórmula de la militarización” como la solución para paliar la crisis en los penales.
A la infraestructura se impone también arbitrar los mecanismos necesarios para frenar la corrupción imperante y la ineficacia enquistada en el Ministerio de Justicia y en los organismos de seguridad; estos elementos son las principales causas de la catástrofe en el sistema penitenciario. Es momento de acabar con los padrinos políticos y empresariales de las mafias que controlan las penitenciarías del país.
Hasta el momento nadie asumió la responsabilidad política por la improvisación en el sistema penitenciario por la falta de una política criminal y por la inacción en la ejecución de la cacareada reforma penitenciaria. Se requiere, para ayer, abordar de manera integral el grave problema penitenciario de criminalidad y de corrupción sistémica en el Ministerio de Justicia.