El hilo conductor de las homilías en Caacupé, y de algunos manifiestos pastorales, es la crisis moral que socava peligrosamente los cimientos de las instituciones democráticas. Ese debilitamiento tiene, además, sus raíces en la ineficacia de la clase gobernante para crear políticas públicas incluyentes que puedan garantizar el acceso a demandas básicas de las franjas más vulnerables de nuestro país. Estos mensajes son coherentes con la doctrina social de la Iglesia Católica en su opción preferencial por los pobres.
Es por ello que días atrás monseñor Gabriel Escobar, obispo del Vicariato Apostólico del Chaco, insistió en la necesidad de que la sociedad civil se convierta en protagonista de una democracia más participativa reclamando mayores partidas presupuestarias para áreas tan sensibles como salud, educación y seguridad pública, garantizando, al mismo tiempo, el acceso a la tierra, vivienda y empleo digno.
La lucha contra la pobreza no tiene ninguna chance de victoria mientras la corrupción siga bajo el amparo de la impunidad. Una de las razones de la pobreza es la corrupción en el manejo de la cosa pública.
El poder necesita revestirse de moral y de eficacia para que pueda tener la aprobación de la ciudadanía. Cuando hacemos alusión a la ciudadanía, nos referimos a aquella que tiene la suficiente madurez crítica para emitir juicios sobre los procesos políticos. Esa madurez implica ponerse por encima de los fanatismos que suelen ser erradas lealtades a los partidos u organizaciones con iguales estructuras y propósitos. Para hacer más sencilla la explicación: los grandes intereses nacionales nunca pueden supeditarse a los sectarismos, cuyo único propósito es acumular privilegios para pequeños círculos o grupos.
Siempre hay un sector que justifica los vicios de los gobiernos de turno. Son partidarios que obtuvieron algunos beneficios o tienen expectativas por conseguirlos. Asumen una deliberada ceguera para ignorar los cuestionamientos fundados en hechos y reaccionan con belicosidad verbal, sin argumentaciones serias y una fuerte carga de irracionalidad. Arrinconados por la contundencia de los indicadores, buscan pretextos en el pasado.
Un gobierno que no tiene la suficiente apertura para asimilar las críticas y autoevaluar su gestión con criterios de objetividad, lejos del maquillaje de la propaganda, tiene grandes probabilidades de terminar aplazado en la calificación de la gente.
La contracara de la moral es la corrupción en sus más diversas expresiones. Con el correr de los años, algunos actos que atentan contra los valores y principios éticos fueron incorporándose a nuestras formas de vida como normales de tanto repetirse impunemente. Es lo que la sociología denomina como desviaciones institucionalizadas. Deshonrar el compromiso electoral es una de ellas. Esa es una de las razones por las que un amplio porcentaje de la población juvenil no vota.
Precisamente de la XXII Peregrinación de Jóvenes a Caacupé surgió el manifiesto que ataca al corazón mismo del problema: la ineficaz gestión de los gobernantes y la insensibilidad de varios actores políticos “que no miran ni escuchan a la ciudadanía, faltando el respeto a la dignidad y al derecho de cada paraguayo”.
A estas alturas del año, Caacupé no es solo el centro de la fe cristiana, sino un foro en el que se escudriña y sacude la realidad paraguaya. Este año se enfoca en una temática que afecta a varias naciones de la región, no solo a nuestro país: la crisis moral que debilita la democracia y una gestión ineficaz que termina deslegitimando a los gobiernos, con la consecuente movilización ciudadana.
Anticipándose a eventuales estallidos en nuestro país, monseñor Escobar planteó la creación de un organismo socio-político-cultural de composición intersectorial. En ese escenario se plantearían las posibles soluciones a los graves problemas sociales que hoy afligen al país. Una iniciativa que el Gobierno no debería desoír.