Sin ahondar en los detalles de la resolución del Supremo Tribu­nal del Brasil que determina el levantamiento de la insó­lita medida de prisión preventiva con­tra Horacio Cartes, vale señalar que la enmienda de tan desproporcionada iniciativa ha recuperado algo de lo que reclamábamos como fundamental en la relación entre dos Estados: respeto.

El Sr. Cartes, aparte de ser un ciudadano como todos los ciudadanos de este país, es además un ex presidente de la República. Por lo tanto, es una persona que supo capitalizar la confianza de una mayoría de ciudadanos que halló en su persona un liderazgo que finalmente fue honrado con una gestión que –en la perspectiva– se valora cada vez más.

La decisión de la justicia brasileña –afor­tunadamente levantada– de meter la mano de un Estado en el territorio de otro Estado es, no hay dudas, un precedente que deja todo para la crítica y la indignación de cualquiera con un mínimo sentido de iden­tidad y de pertenencia.

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Más que nunca la condición de soberanos es importante tener en cuenta en tiempos en que están en juego cuestiones vitales para los intereses nacionales del futuro como la negociación de Itaipú, que deberá –en definitiva– establecer pronto la defini­ción de su aprovechamiento en una etapa crucial de nuestra economía y nuestro desarrollo social.

Es cuestionable por ello la actitud de deter­minados sectores, que sin tapujos plantea­ron en estos días la violación del principio de territorialidad, todo a cuenta de cau­sar un perjuicio personal a Horacio Car­tes; hecho que solo puede atribuirse a una forma de construcción política llamada canibalismo en la que la destrucción del enemigo es más importante que el diálogo político y el consenso.

Lejos han estado y siguen estando estas personas de evaluar que cuando se abre la puerta al irrespeto de la República y sus ciudadanos, principalmente cuando enfrente se encuentra una enorme nación con viejos gestos hegemónicos, ello puede ser un camino sin retorno que, así como hoy perjudica a Cartes, mañana puede ser la trampa para el destino de cualquier paraguayo que osara opinar o accionar en contra de los intereses de tal país. Peor aún, cuál sería el mensaje que se lanza a los negociadores de Itaipú con un ex presidente sobre el cual pesa una medida restrictiva de libertad por parte de Brasil por un hecho que –jamás pro­bado– se habría producido en Paraguay. Sería un mensaje de sumisión o peligro que no se puede aceptar.

La relación entre Estados nacionales, sean unos más grandes o poderosos que otros, debe basarse en el respeto por sus leyes, instituciones, personas e ideas pre­dominantes. Cuando una nación ejerce una relación de supremacía sobre la otra se cancela todo sentido de soberanía y el país entrega para siempre su destino a la voluntad y el humor de las autoridades extranjeras.

Esto no sucede solo en un contexto de vio­lencia o guerra; también sucede cuando los ciudadanos se descuidan de su soberbia porque están entretenidos con sus luchas intestinas que le impiden ver el contexto global de lo que se gana o se pierde con ciertas resoluciones como la que afortuna­damente fue cancelada por la máxima ins­tancia judicial del Brasil.

Ojalá reflexionemos y más allá de Hora­cio Cartes y lo que él represente para unos y para otros, sepamos, en lo sucesivo, cui­dar nuestra territorialidad; símbolo de un esfuerzo de sangre y sudor de generaciones de paraguayos que inclusive pasaron por dos guerras cruentas para conservarla.

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