La iniciativa de la justicia brasileña de juzgar a un ex presidente del Para­guay por un hecho que supuesta­mente se produjo en el territorio paraguayo –que ni siquiera está probado– es una vergonzosa muestra de cómo las garras del imperialismo de tanto en tanto regresan en la relación entre Brasil y sus vecinos.Al margen de cuál sea la pertenencia polí­tica o sectorial de los ciudadanos de este país, al margen de ser “cartista o anticar­tista”, el permitir una violación de esta naturaleza del más elemental principio de soberanía es un garrote que hoy amenaza a uno, pero mañana amenazará a otros y a otros, dependiendo exclusivamente del capricho o el humor de un fiscal cualquiera o un juez cualquiera de un lugar cualquiera del Brasil.

Aparte de ser un ciudadano más, como el resto de los ciudadanos de la República, Horacio Cartes Jara ha sido escogido en elecciones libres y soberanas como presi­dente de la República del Paraguay, lo cual supone que es una de las personas que en el curso de la historia ha logrado ser represen­tante de la voluntad de los paraguayos en el ejercicio de la máxima función ejecutiva.

Ante ello, no sorprendernos por la deci­sión apresurada y deshilachada en razones de un juez brasileño es aceptar con sumi­sión que se violente nuestra territorialidad y nuestra soberanía y entregarnos de aquí al futuro a la superioridad de la autoridad brasileña sobre los hechos que deben juz­garse en territorio paraguayo.

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Si llegara a asumirse con naturalidad una aberración de semejante calaña, el día de mañana no debería sorprendernos que jue­ces de Ponta Porá o de Foz de Yguazú, o de Posadas o de Buenos Aires, dicten coti­dianamente medidas de prisión contra ciudadanos paraguayos por hechos que supuestamente se produjeron en territorio nacional.

Sabemos que nuestro país ha estado sumido en una relación interna de polari­zación política, que en ocasiones alcanzó alto voltaje; mas que los propios líderes políticos paraguayos asuman este dic­tado de la justicia brasileña con normali­dad supone que nos calzamos el traje de la sumisión a Brasil y sus jueces y botamos para siempre cualquier discurso de respeto a nuestra soberanía.

Olvidemos, si ello ocurre, las negociacio­nes sobre Itaipú porque el gigante vecino tendrá a la mitad de la clase política con las manos atadas como rehenes, tal como bien lo describió ayer un abogado (entrevis­tado por Abc Color) que ha escrito un libro sobre soberanía energética para el PLRA y ha argumentado que este paso dado por la justicia brasileña solo busca tener a altos referentes del Paraguay como prisioneros del Brasil. Afortunadamente han empe­zado a surgir voces de razón y patriotismo.

En resumen, esta es una oportunidad his­tórica para demostrar que por sobre las pasiones que nos dividen podemos ejer­cer con racionalidad posiciones que sirvan para proteger nuestros intereses naciona­les y, por sobre todas las cosas, demostrar que soberanía no es una palabra hueca en nuestro diccionario cívico y tampoco es una expresión cuya representación en el corazón de los paraguayos vaya a arrugarse por el capricho de cualquier funcionario con ínfulas imperialistas de más allá de nuestras fronteras.

Si no aprendemos a defender lo nuestro, lo que nos pertenece, lo que supone nuestra territorialidad, ya podemos ir repintando el mapa nacional con los colores del estado Nº 27 de la República Federativa del Brasil y adeus Paraguai.

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