Un reciente informe de la Fun­dación Getulio Vargas coloca a Paraguay como uno de los países con mejor clima de negocios del continente. Este análisis es congruente con estudios semejan­tes elaborados por la Comisión Econó­mica para América Latina (Cepal) y con previsiones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Mone­tario Internacional (FMI). El referido informe también señala que los actores económicos del Paraguay se encuentran entre los más optimistas de la región, con expectativas de crecimiento aun en un contexto regional adverso y concre­ción de negocios en el corto plazo.

Hay razones para este optimismo y para el clima favorable para la activi­dad y expansión de las empresas. Entre los aspectos positivos se debe resaltar la fortaleza de la producción agrícola y pecuaria, pese a la caída de los precios de los commodities; la abundancia de ener­gía barata, la destacada participación de pequeñas empresas –grandes generado­ras de puestos de trabajo– en el conjunto de la economía y la estabilidad de los principales indicadores macroeconómi­cos. Por el lado de los aspectos a superar, cabe señalar la existencia de un impor­tante sector informal, la corrupción aún empotrada en los sectores público y privado, el escaso desarrollo tecnoló­gico y las deficiencias en la infraestruc­tura básica. Sin embargo, a juzgar por los datos de los estudios e informes antes señalados, es evidente que los inversores perciben que se han dado pasos efectivos para resolver estos factores negativos y que la confianza aumenta.

Lo que hace más atractivo al Paraguay para la iniciativa privada con respecto a otros países de América Latina es la vigencia de mayores libertades económi­cas, un requisito de primer orden para la instalación y la expansión de nuevas empresas. Sin embargo, estas libertades se ven distorsionadas por la vieja polí­tica prebendaria, que desnaturaliza la función del Estado y embarra perma­nentemente la cancha. Las libertades no pasan del discurso o de meras construc­ciones teóricas si para trabajar el inver­sionista debe sobornar hasta al último funcionario, si las reglas del juego se cambian sin más miramientos o si la clase dirigente se dedica al despilfarro de los recursos estatales y se embarca en tan largas como estériles disputas cor­porativas y sectarias.

Por ello, el esfuerzo del sector privado debe ir acompañado por la clase política superando las prácticas clientelistas, respaldando los proyectos que benefi­cien al país provengan de donde proven­gan y apoyando un presupuesto sensato y equilibrado, orientando todo lo que se pueda a las obras de infraestructura y a las necesidades reales de la población. El optimismo que hoy exhibe nuestro país puede trocarse en una visión negativa y en la excesiva cautela de los inversio­nistas si no hay señales claras desde la dirigencia política de la voluntad de pro­teger la estabilidad y construir un país previsible. El crecimiento económico sostenido y una mayor equidad social solo se producirán con un incremento vigoroso y constante del empleo, que a su vez eleva el consumo en el mercado interno y favorece la formalización de la economía.

Los informes y rankings son desde luego muy útiles, pero es necesario interpretar sus datos e informaciones a la luz de la realidad, de lo contrario no pasarán de abstracciones que solo perfilan una imagen falseada de nues­tro propio país. Existe un buen clima de negocios en Paraguay, pero es crucial no echarlo a perder con la utilización de las instituciones en peleas caseras o considerando al Estado como un botín que debe ser repartido entre los amigos y adherentes.

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