Entre las numerosas enseñanzas del papa Francisco sobre la familia resaltan sin duda las relacionadas a la atención a los ancianos y a los niños en la sociedad actual. Ha destacado que prestarles cuidado forma parte de la cultura de la esperanza que tenemos que construir y afianzar en el mundo actual. Esto sobre todo si se tiene en cuenta que, en muchas comuni­dades, hoy día las personas de edad son con­sideradas trastos viejos, en tanto que a los niños no se les da su lugar porque todavía no forman parte activa de la economía, como productores de bienes o servicios.

Esta visión utilitarista y equivocada de los más débiles de la sociedad es uno de los prin­cipales peligros que se ciernen en los más diversos países del mundo, según el punto de vista del pontífice romano.

En una de sus homilías, resaltó que, tanto en las familias como en la sociedad, descui­dar a los niños y a los ancianos porque no son productivos no es un signo de la presencia de Dios.

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Lamentó que en la sociedad exista la cultura del descarte, por la cual algo “inútil”, como los niños que llegan, se tienen que “devol­ver al remitente”. O que adopta como “cri­terio” encerrar a los mayores en residencias de ancianos porque “no producen”, “porque impiden la vida normal” de los otros.

En numerosas ocasiones y ante públicos muy diferentes el papa Francisco ha insis­tido en que el cuidado de los más pequeños y de los más viejos es tarea del grupo fami­liar. Porque tanto los ancianos como los pequeños forman parte muy importante de la familia. ¿Qué podría ser una comunidad familiar que no tuviera niños que le den el encanto de su ternura o si no contara con la sabiduría y el sentimiento de amor que ema­nan de los más viejos, que son padres, abue­los o bisabuelos? Un grupo sin esos ingre­dientes vitales de la familia probablemente sería un conjunto de personas que producen y actúan para la economía, pero sin mayores expresiones de afecto, como si fueran autó­matas o seres sin alma.

En el artículo 54, la Constitución Nacional del Paraguay dispone que la familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de garanti­zar al niño su desarrollo armónico e integral, así como el ejercicio pleno de sus derechos protegiéndolo contra el abandono, la desnu­trición, la violencia, el abuso, el tráfico y la explotación. Ordena que cualquier persona puede exigir a la autoridad competente el cumplimiento de tales garantías y la sanción de los infractores. Y resalta que los derechos del niño, en caso de conflicto, tienen carácter prevaleciente.

Con relación al cuidado de los ancianos, la Constitución también es terminante, pues en el artículo 57 sentencia que toda persona de la tercera edad tiene derecho a una protección integral. Añade que la familia, la sociedad y los poderes públicos promoverán su bienes­tar mediante servicios sociales que se ocupen de sus necesidades de alimentación, salud, vivienda, cultura y ocio.

La Carta Magna va más allá aún y en el artí­culo 53 establece que los padres tienen el derecho y la obligación de asistir, de alimen­tar, de educar y de amparar a sus hijos meno­res de edad. Y en caso de no darles alimen­tos, serán penados por la ley. Pero teniendo en cuenta la situación de los padres, señala en el mismo artículo que los hijos mayores de edad están obligados a prestar asistencia a sus padres en caso de necesidad.

Como puede observarse, las enseñanzas y propuestas del pontífice tienen una extraor­dinaria correlación con las disposiciones de la Constitución Nacional sobre la familia. Por­que, así como el Papa pide determinados com­portamientos de la sociedad para cuidar a los niños y proteger a los ancianos, así también la Carta Magna dispone normas bien concretas sobre el particular. E incluso establece san­ciones para los que no cuidaran de ellos.

Por ello puede decirse con mucha propiedad que si se protege y cuida a los niños y ancianos no solo se están cumpliendo las disposiciones de la ley madre de los paraguayos, sino tam­bién las recomendaciones del Papa para cons­truir la cultura de la esperanza.

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