Las escuelas y colegios de la República entran en el tramo final del año lectivo. En materia de gestión, no hay nada que celebrar. Según el propio Ministerio de Educación de los 183 días de clases previstos en el calendario escolar apenas se estaría completando 100, debido supuestamente a las frecuentes huelgas y jornadas de protesta del sector docente. De ser cierto este cálculo se trata de una verdadera tragedia. Paraguay se encuentra entre las naciones con la menor cantidad de horas de clase en el continente, con cerca de 750 horas anuales.
Esta cifra está muy por debajo de lo sugerido por la Unesco para los países en vías de desarrollo, para los cuales lo ideal es 1.000 horas de clases al año, como mínimo. En las más prósperas naciones asiáticas –en las que el desarrollo económico y social se apoyó en una educación de calidad– la cantidad de horas de clase alcanza incluso las 1.600 horas, el doble que Paraguay.
Muchos de los cambios en la educación que tanto reclama la sociedad serán inevitablemente graduales. Existen otros, sin embargo, que pueden ser aplicados en el futuro inmediato, incluso el año entrante. La calidad en la educación –un concepto que, afortunadamente, viene siendo repetido por sectores crecientes de nuestra sociedad– debe comenzar con un paso muy sencillo: lograr que nuestros niños y jóvenes pasen más tiempo estudiando y aprendiendo en las escuelas y los colegios.
Este y otros cambios menores pueden ser introducidos ya a partir del 2020.
Es importante considerar la educación de calidad como una política de Estado, es decir, con continuidad en el tiempo y sentido estratégico y libre de las presiones coyunturales. Pero también es esencial iniciar sin más demoras las transformaciones tantas veces postergadas.
Es crucial transformar nuestras escuelas, colegios y universidades en verdaderas fuentes de conocimiento y, sobre todo, de innovación y pensamiento creador. A mediano plazo habrá que encarar acciones efectivas para reducir la brecha digital y “democratizar” el acceso a los avances tecnológicos y al enorme flujo de informaciones y conocimiento que representa internet.
Las inversiones físicas no son suficientes. Es necesario también cambiar los paradigmas desfasados y los vicios arraigados en lo más profundo de las instituciones y del proceso educativo: es necesario encarar una renovación cultural en escuelas y colegios. Este cambio debe comenzar por lo más simple: se debe aumentar sustancialmente la cantidad de días de clase al año.
En este sentido, si se debe rescatar un aspecto positivo del año que se va cerrando, es el compromiso con la educación que han demostrado los mismos estudiantes. Una juventud que muestra preocupación por la educación que recibe y que reclama transparencia y una conducta ética a sus autoridades es una garantía para cuando, en pocos años más, le toque conducir los destinos de la nación, ya sea desde el sector público o en la actividad privada.
La apatía y el conformismo son enemigos del progreso y es una señal muy positiva que los estudiantes planteen sus aspiraciones e inquietudes en un ambiente de respeto y tolerancia y con una actitud constructiva. La esperanza está puesta en esta juventud, porque evidentemente es muy poco lo que cabe esperar de las autoridades que se hallan al frente del Ministerio de Educación en la actualidad.