Si algo de cierto tiene el refrán “no hay mal que por bien no venga” es quizás aplicable a la prolongada sequía que se vive en grandes zonas del país. Es verdad que la ausencia de lluvias fue determi­nante para la serie de incendios que golpearon con fuerza en las últimas semanas, pero tam­bién es cierto que contribuyó a mantener muy baja la proliferación del mosquito y, con ello, del dengue, la chikungunya y el zika. Desde luego no es de ninguna manera deseable una sequía como la que atraviesa Paraguay, pero tampoco hay dudas de que sin esta circunstan­cia los índices de expansión de las enfermeda­des mencionadas serían mucho más altos.

Esta “tregua” no debe significar en ningún caso bajar la guardia contra estos males que en los últimos años han causado centena­res de muertes. Ciudadanos y autoridades ya saben que inexorablemente, una vez que se repliquen las condiciones adecuadas para la reproducción masiva del vector, los brotes epi­démicos reaparecerán con fuerza. Esta vez se agrega además un componente que eleva la alarma.

Según el Ministerio de Salud Pública, se encuentra en este momento en circulación en el Brasil el serotipo del dengue que causa cua­dros más graves. Las autoridades sanitarias advierten que existen muchas posibilidades de que esta variedad prevalezca en la próxima escalada de la enfermedad. En la epidemia del 2013, que llevó a la muerte a 252 personas, fue este serotipo el más extendido entre los más de 130.00 casos registrados.

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De manera que, antes que relajar los esfuerzos en la lucha contra la enfermedad, es preciso aprovechar el respiro que se registra hoy para preparar nuevas estrategias, acciones y cam­pañas de cara a los futuros e inevitables picos de extensión del dengue. Por sus característi­cas, el combate al dengue –y las demás dolen­cias asociadas al mismo vector– es un caso verdaderamente paradigmático en materia de políticas de salud pública. El dengue plantea un desafío no solo en el tratamiento hospitala­rio de las personas afectadas, sino, sobre todo, en la gestión de recursos, la articulación entre instituciones y la educación ciudadana.

Es que la lucha contra esta enfermedad no puede ser realizada solo por profesionales médicos o técnicos sanitarios, sino que exige la participación directa y activa de la pobla­ción. Son los vecinos, los ciudadanos comu­nes y sus organizaciones los protagonistas de las campañas de prevención. El escenario de la guerra a este mal no está en los pasillos de sanatorios ni en las salas de hospital, sino en las calles, los barrios y los espacios públicos.

Sirven de poco los esfuerzos individuales –es inútil que una persona conserve limpia su casa y jardín si el vecino no hace lo mismo– y las acciones comunitarias y sociales son cru­ciales. Un nuevo plan de lucha integral contra el dengue, basado en la experiencia ya adqui­rida en los últimos años y en los éxitos alcan­zados por otros países, debe ser elaborado y aplicado en conjunto por las autoridades loca­les y nacionales y por las organizaciones ciu­dadanas.

En primer lugar, la necesidad de una labor cada vez más estrecha con los gobiernos loca­les y las organizaciones vecinales. La partici­pación activa –durante todo el año y no solo en momentos de crisis– de las organizaciones ciudadanas es particularmente trascendental. En segundo lugar, es fundamental profundi­zar el papel del Ministerio de Educación y de las instituciones educativas para inculcar en las nuevas generaciones una visión responsa­ble y el compromiso con el medio ambiente y la salud pública en cada comunidad.

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