En un mundo convulsionado por toda clase de conflictos debido a grupos polí­ticos, raciales, religiosos o por intereses económicos encontrados, el papel de la familia tradicional es fundamental para la per­sona humana y su realización como miembro de una sociedad. Así lo ha indicado el papa Francisco en numerosas alocuciones realizadas desde la cátedra vaticana y en cuanta ocasión ha tenido en reuniones con feligreses católicos y no católicos.

El pontífice ha insistido en la importancia de los valores de la familia y en la necesidad de tenerlos como guías en la vida cotidiana. Tanto que, según el Papa, la experiencia familiar ayuda al equili­brio humano en una época de cambios profun­dos. Resalta que en ella se transmiten los valores civiles, educa a sentirse parte del cuerpo social, a comportarse como ciudadanos leales y honestos. “Una nación no puede tenerse en pie si las fami­lias no cumplen esta tarea. La primera educación cívica se recibe en la familia”, enfatizó el santo padre dirigiéndose a un grupo de padres italianos congregados en el Aula Pablo VI.

El Papa ha dicho que la familia es el lugar de la ter­nura porque en su seno se experimentan los pri­meros sentimientos de cariño de padre y madre y el afecto de los hijos hacia sus progenitores. Por ello ha recomendado que no se pierda nunca la ternura, cuya primera experiencia se ha tenido en el grupo constituido por los allegados de sangre.

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Para Francisco, el papel del grupo familiar es fun­damental no solo por su función biológica, sino por su importancia como primera comunidad de vida. Pues en ella es donde se enseña y se aprende a amar, según ha dicho, y también el sitio donde se transmite la fe. Por eso ha insistido en la necesi­dad de la buena salud de la familia, pues cree que es decisiva para el futuro del mundo y de la Igle­sia. Enfatizó que en su seno se aprende a realizar las buenas obras. “La fe, el amor, hacer el bien, se aprenden solo en dialecto, el dialecto de la fami­lia; en otro idioma no se entienden”, afirmó tex­tualmente.

En cuanta ocasión ha tenido el sumo pontífice de la Iglesia Católica ha insistido con vehemen­cia en la importancia de la célula de la sociedad. Sigue reclamando que se cultiven los valores de la familia porque sin ellos la comunidad humana no tiene garantías de sobrevivir como una sociedad civilizada y guiada por los valores humanos.

La importancia de la prédica del Papa trasciende los umbrales de la fe cristiana y los límites que pudiera tener cualquier religión, pues se basa en la célula básica de todo tipo de sociedad humana, sin tener en cuenta las creencias, procedencias étnicas, nacionalidades o ideologías. El grupo constituido por la madre, el padre y los hijos es el más universal y básico que se pueda encontrar en todas las culturas y en todos los tiempos. Por eso los valores que señala el sucesor de Pedro son una sana exaltación de lo más genuino y sagrado de cualquier comunidad de personas.

Las inquietudes que tiene Francisco son una auténtica preocupación por toda la humanidad y no solo por un sector religioso. Sobre todo por­que en el sitio en que se encuentra tiene una visión privilegiada de la realidad, en el sentido de que abarca a todas las regiones y culturas del mundo contemporáneo. Porque el Vaticano es una caja de resonancia muy particular de cuanto acon­tece a los grupos de personas en los más diversos rincones del orbe. Más que la ONU, por ejemplo, porque a sus oídos llegan los clamores y el sentir de las personas como grupos humanos y no solo de los gobiernos que tienen más bien la represen­tación política institucional y se manejan con los intereses de los Estados que representan.

La prédica del Papa sobre los valores familiares nos toca a todos de una manera muy particular porque los seres humanos, bien que mal, somos parte de alguna familia. Por eso sus palabras tie­nen una fuerte repercusión en la vida cotidiana de los individuos como miembros de la comuni­dad mundial, más allá de las convicciones polí­ticas o de las posturas ideológicas o religiosas de cada uno.

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