Ya sea que estemos en un período pre­vio a elecciones o no, siempre se per­cibe una gran ausencia en el gran debate político y social: la educación. Pareciera que todo el tiempo existen temas más acuciantes o asuntos más urgentes que acaparan la atención y concentran los esfuer­zos. Las posiciones y el debate en torno a la educación en el seno de la llamada clase diri­gente no van más allá de los clichés, los lugares comunes, las obviedades, la superficie. Esta negación, esta indiferencia, es muy peligrosa, ya que la educación y nada más que la edu­cación es el verdadero eje de la problemática paraguaya, la palanca crucial para que nues­tra nación adquiera los rangos de crecimiento económico y desarrollo social que necesita.

Por ello es preciso saludar la movilización de los jóvenes estudiantes, quienes plantean un aumento sustancial de los recursos asigna­dos por el Estado a este campo. Podrá sonar un poco ingenua la exigencia de los estudian­tes –asignar el 7% del PIB a la educación–, pero lo cierto es que la propuesta tiene la virtud de colocar sobre la mesa un tema que parlamen­tarios, autoridades y líderes políticos prefieren pasar de largo, ya sea por ignorancia, por desi­dia o por conveniencia.

En los tiempos electorales, todos los candida­tos se llenan la boca de alusiones y promesas referentes a la educación, pero no señalan el camino ni especifican las medidas puntuales que se adoptarán para emprender una revo­lución en este campo, una revolución que ya no se puede postergar. Lo peor es que cuando llegan al cargo al que aspiraban, toda esa supuesta preocupación se disipa en la nada y en materia de educación todo vuelve a la iner­cia arrastrada desde hace décadas, a los mis­mos vicios, a las mismas improvisaciones. Por ello, una y mil veces, es indispensable colocar a la educación en el centro del debate.

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La meta debe ser transformar nuestras escue­las, colegios y universidades en verdaderas fuentes de conocimiento y, sobre todo, de innovación y pensamiento creador. Lamenta­blemente, la educación paraguaya ha experi­mentado un creciente deterioro producto del manejo partidista de los organismos encar­gados de su gestión, de reformas y enfoques pedagógicos profundamente equivocados y del poder abusivo de ciertos sectores y gre­mios de docentes. En conocimientos gene­rales o en instrucción técnica, al estudiante paraguayo promedio le va a la zaga a sus pares de la región.

Un joven egresado de un colegio nacional –donde recibe una enseñanza rutinaria y mediocre– tiene pocas posibilidades de com­petir en el mercado laboral contra argenti­nos o brasileños salidos de sus respectivos sistemas educativos públicos. Que la edu­cación es la base de la expansión lo prueban también otros países como Singapur, Taiwán y Corea del Sur, que sufrieron durante siglos el atraso crónico y una pobreza extendida. Sin embargo, merced a políticas inteligen­tes y llevadas a cabo con energía y dedicación lograron elevarse y llegar a los primeros luga­res en los principales indicadores económi­cos y sociales.

En realidad, los obstáculos ya no son los recursos, sino la gestión de los fondos, algo que compete directamente a los políticos y funcionarios públicos. Los partidos y movi­mientos políticos y las autoridades deberían tener una hoja de ruta clara para los próxi­mos años en materia educativa, con metas y plazos concretos. Así, la ciudadanía podría juzgar verdaderamente quiénes están com­prometidos con el futuro de nuestra nación.

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