En medio de la frustración que sufre la ciudadanía por el colosal “regalo” de primer año de gestión del presidente Mario Abdo, tan cargado de sospecha de traición a los intereses nacionales, se abren dos caminos para la clase política: el camino de imponer de nuevo sus intereses sectoriales o aquel que aporte desde la sabiduría republicana una solución que sea rápida, efectiva y ayude a salir del tembladeral en el que está empantanado el país. En este contexto no será útil buscar una cabeza de turco sencillamente para fusilar a alguien y decir que toda la tormenta está superada.

Lo importante hoy es superar tal tormenta que nos socava no solo en la confianza ciudadana a nivel nacional, sino nos ubica en una posición raquítica para negociar ante el poderoso país vecino que es nuestro socio en Itaipú.

Por cierto, si bien se puede criticar la apetencia de los países asociados esa no es una posición racional hasta tanto logremos lo más importante: tener talento y patriotismo para defender nuestros intereses.

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Estamos presenciando en los últimos días una gigantesca maquinaria política y mediática que busca instalar que un joven abogado –que indudablemente debe ser investigado– es el comienzo y final de todo el problema que nos agobia.

Ese argumento es estúpido y atenta contra la mínima educación de los ciudadanos. Aquí hubo un claro error de la Cancillería de la República encabezada por Luis Castiglioni que depende exclusivamente del presidente Mario Abdo. Por lo tanto, es torpe jugar con el sentido común de los ciudadanos en tratar de colocar a Joselo o a Hugo Velázquez como los grandes villanos solo para evitar que se investigue lo que en verdad pasó.

Por todo esto, más allá de la comisión de notables o de la propia comisión parlamentaria es hora de apostar en compromiso, confianza y control sobre el rol que le tocará al Ministerio Público y la investigación de responsabilidades que habrá de encarar.

Mientras tanto, la clase política tiene la alta misión de trabajar en la reconstitución de las fuerzas para que el Gobierno ya debilitado de Abdo Benítez recupere capacidad de negociación ante Brasil y se pueda lograr una buena negociación.

Ni el entusiasmo por el juicio político ni las trincheras atolondradas servirán en este momento para salir del mal trance; es hora de la serenidad, de dejar que las instituciones funcionen y que paguen su culpa los que traicionaron los intereses nacionales tras una investigación concreta y precisa, racional, despojada del apasionamiento y el canibalismo.

El Gobierno debe dar una muestra de madurez –por fin– desprenderse de ese entorno tuitero, chismoso y farandulero que tanto hizo sufrir –en un solo año– a la institucionalidad y encarar su segundo período con mayor clase, con más confianza en los técnicos y con menos fervor de los hurreros.

El país que se esfuerza y trabaja espera que el Gobierno acabe el recreo; que empiece a trabajar y generar oportunidades, recursos, obras públicas. A superar sus errores con más acciones y menos palabras. En general, todos estamos dispuestos a ayudar en ese camino.

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