La palabra apología es, en sí, como la mayoría de las palabras, una buena palabra que nombra a un discurso en defensa e incluso de alabanza a alguna persona o cosa, como figura en los diccionarios. Como es de uso más que frecuente en el ámbito criminal y penal, es más conocida con su partenaire ¡del delito! Es decir, como figura en los códigos penales, criminal, cuando se hace apología del delito: Es decir, cuando se usa para elogiar, exaltar o promover verbalmente algún acto criminal.
Acabamos de tener un caso reciente, y bastante grave, en el que públicamente un taxista enojado hasta las más feroces de las iras maldijo a los periodistas, alabó al EPP y hasta pidió que procediera contra el gremio.
En términos penales, cometió un doble delito, promover a una banda criminal e incitar a exterminar a un grupo de profesionales en el que nos destacamos por argeles… pero eso no es un delito como para pedir nuestra aniquilación.
No es intención de este comentario pedir el castigo del “apologista”, además de que ya han sido varios sus colegas que han corregido el disparate. En todo caso, sí sería importante que algún juez intervenga y le imponga al deslenguado apologista del delito que pida serias disculpas a los parientes de los secuestrados, torturados y asesinados por los epepistas.
Como no conviene creer en las casualidades, aunque sí en las causalidades, resulta tremendamente sospechoso que, casi en simultáneo, se haya producido un reconocimiento insólito que, sin lugar a dudas, puede caber en el delito de apología del delito y de la concreción del delito contra personas e instituciones nacionales. Al ser premiado con un cargo diplomático importante, a partir de ahora cualquier ciudadano puede fomentar y hasta convertirse en protagonista de un delito, con violencia de facto, aspirando a recibir un cargo como recompensa, al igual que los violentos incendiarios que arrasaron el Congreso, destruyendo estructuras y herramientas. Es decir, un incendiario de una institución pública, de gran representación, ya que se trata de la verdadera “Casa del pueblo”, el símbolo de la representación popular.
Los actos no son comparables, desde luego, ya que el taxista no atentó directamente contra nada ni contra nadie, mientras que el incendiario atentó realmente contra instituciones nacionales, o sea, que no solo hubo apología (y hay que recordar que no fue uno solo el apologista del delito, sino que más allá, se materializó el delito de vandalismo, que causó graves daños a personas e instituciones públicas nacionales).
Hay otra diferencia notoria, abismal: El cuestionado taxista estaba en estado de exaltación en medio de una protesta que creía justa, ya que reclamaba presumibles derechos, como muchos otros de sus colegas, y no atentó, más que de palabra. Entretanto, el premiado diplomático actuó de facto causando verdaderos daños, dicho de otro modo, no solo hizo apología del delito, sino que materializó el delito, verdaderamente, el acto criminal con el agravante de atentar contra la institución y contra la gente, en fin, con responsabilidad penal sobre los daños causados a gente y a propiedades de la nación.
Con diplomáticos así, nuestras relaciones exteriores pueden llegar a marcar un hito en la historia de la diplomacia universal.